viernes, 21 de noviembre de 2014

EL PODER Y LA GLORIA






El Poder y la Gloria es la estrujante historia de un sacerdote acosado por la policía de Tabasco, durante la persecución religiosa desatada por Tomas Garrido Canabal como secuela de la guerra cristera. Su autor Henry Graham Greene de origen inglés, y quien como sus contemporáneos ingleses David H. Lawrence con La Serpiente Emplumada y Malcolm Lowry con Bajo el Volcán, crean historias en las que manifiestan la fascinación que ejerce en ellos México. Nos presenta Green una  historia de la contradicción inmersa en las debilidades de un ser humano que busca inútilmente la redención.

Graham Green, novelista inglés nacido en 1904 y muerto a los 86 años en Suiza, destaca en sus obras los personajes de conducta moral ambigua, dotados al mismo tiempo de cierta heroicidad. De sus obras destacan entre otras El Poder y la Gloria, Un americano impasible y El factor humano. Se convierte al catolicismo a los 22 años y en la adolescencia intenta suicidarse varias veces. Ejerció el periodismo durante intervalos, prácticamente toda su vida. Muchas de sus obras fueron adaptadas al cine.

Al describir la vida en la capital del Estado el autor nos comenta que: “Alrededor de la plaza continuaba el paseo de la tarde: las mujeres en una dirección, los hombres en la opuesta. Jóvenes con camisas rojas pugnaban tumultuosamente en torno a los puestos de agua mineral.
“El teniente marchaba al frente de sus hombres con aire de amargo tedio. Parecía ir unido a ellos contra su voluntad: acaso el chirlo de su quijada fuese reliquia de una fuga. Llevaba las polainas y la funda de la pistola lustrosa, todos los botones cosidos. Su nariz cortante y ganchuda resaltaba en su flaco rostro de bailarín: su limpieza daba una impresión de ambición excesiva en la ciudad andrajosa”

En otra escena nos dice Green que el jefe de la policía para identificar al sacerdote perseguido le muestra al teniente un papel: “Los rostros estaban formados por multitud de puntitos: era una fotografía de periódico, una fiesta de primera comunión retratada años atrás. Un mozuelo con alzacuello romano se sentaba entre las mujeres..... Allí estaba, regordete, con ojos saltones, regocijado con los inocentes chistes femeninos.
--Esto es de hace años.
--Tiene el aspecto de todos –comentó el teniente. –Ya hemos fusilado seis ejemplares como ése –exclamo.”

En su escondite el cura recordaba: “En conjunto habían fusilado unos cinco curas: dos o tres habían escapado: el obispo estaba en México a salvo y uno se había sometido al decreto del gobernador sobre el casamiento forzoso de los sacerdotes. Ahora vivía cerca del río con su ama de llaves. Por supuesto, era la mejor solución de todas: que diera testimonio vivo de la flaqueza de su fe. Ello demuestra el fraude practicado durante tantos años. Porque si en realidad creyera en el cielo y el infierno, no les importaría un poco de dolor a cambio de la eternidad… Él, acostado en su duro lecho, envuelto en el calor húmedo y en la oscuridad, no sentía ninguna simpatía por las flaquezas de la carne.”

En su constante huida: “De pronto, la mula en que iba montado el cura se sentó. No era raro, pues estuvieron marchando a través de la selva desde hacía más de doce horas. Se dirigían al Oeste cuando les llegaron noticias de soldados y torcieron al Este. En esta dirección los “camisas rojas” ejercían gran actividad, así que cambiaron nuevamente hacia el Norte, vadeando los pantanos y sumergiéndose entre las sombrías caobas. Ahora estaban los dos cansados y la mula se sentó, simplemente.
“Era un hombrecillo macilento, vestido con ropas destrozadas de paisano, dirigiéndose, por vez primera después de muchos años, como un hombre vulgar cualquiera, a su propia casa.”

En el poblado: “El sonrió, mirando al suelo, mientras ella le reñía como un ama de llaves: precisamente así era en tiempos pasados cuando había presbiterio y reuniones de las Hijas de María y de todas las hermandades de la parroquia, excepto, claro es, que …. Sin mirarla pregunto suavemente:
--¿Cómo esta Brígida? – y el corazón le saltó al nombrarla. Un pecado puede tener enormes consecuencias: él llevaba seis años fuera de su ….hogar.
--Está bien, como todos nosotros. ¿Qué creía usted?”

“¿No sería deber suyo el quedarse, aunque le despreciasen, aunque fuesen asesinados por su causa, aunque les corrompiese su mal ejemplo? Le perturbaba la enormidad del problema; yacía con las manos sobre los ojos: en ninguna parte, en toda la gran llanura pantanosa, había una sola persona a quien pudiera consultar. Se llevó a la boca la botella de aguardiente.”

Cuando estuvo frente a su hija: “Echó una mirada a los ojos de la pequeña, que le amedrentaban; de nuevo parecía tener delante a una niña hecha mujer antes de tiempo, maquinando planes, demasiado consciente. Era como si viera su propio pecado mortal sin contrición que le mirase. Intentó hallar algún contacto con la niña y no con la mujer;….”

Y de su mujer: “Le asombraba y aliviaba un poco el carácter acomodaticio de María. Una vez, durante cinco minutos, siete años atrás, habían sido amantes, si es que puede darse tal nombre a una situación en la cual ella no le llamó jamás por su nombre de pila; para ella no fue sino un incidente, un rasguño que se cura por completo en la carne sana. Incluso le enorgullecía el haber sido la mujer del cura. Tan solo el llevaba una herida que le hacía pensar que se había acabado el mundo.”

El cansancio, el sentimiento permanente de culpa: “Sintió una tentación inmensa de adelantarse ante el teniente y declarar: “Soy yo el que usted busca”. ¿Le fusilarían al instante? Una ilusoria promesa de paz le tentaba……”

El perseguidor y la antesala de la muerte: “El teniente volvió a abrir la puerta llevándose maquinalmente la mano al revólver. Sentíase taciturno, como si al tener al cura bajo llaves y cerrojos no quedara nada en que pensar. Los resortes de su actividad parecían haberse roto. Recordaba las semanas del acoso como un tiempo feliz terminado para siempre. Sentíase sin objeto como si la vida se hubiese agotado en el mundo.
Dijo con amarga bondad:
--Procure dormir.
Ya estaba cerrando la puerta cuando una voz temblorosa le habló:
--Teniente.
¿Qué?
--Usted ha visto fusilar gente. Gente como yo.
--Si.
--¿El dolor dura … mucho tiempo?
--No, no. Un segundo –contestó con aspereza, y cerró la puerta, marchándose a través del patio encalado.
 “Bebió un trago más de aguardiente, y levantándose con dolor a causa del calambre, se dirigió a la puerta y miró a través de la reja el cuadro cálido e iluminado de la luna. Distinguió los gendarmes dormidos en sus hamacas y a uno que no podía dormir balanceándose indolente de un lado a otro. Por todas partes había un silencio extraño, incluso en las otras celdas; parecía que el mundo entero hubiese vuelto la espalda para no verle morir……
“Los ocho años de servicio duro y desesperado le parecían tan solo una parodia de sacerdocio: unas pocas comuniones, unas pocas confesiones, y un mal ejemplo sin fin. Pensaba: --sí al menos tuviera una sola alma que ofrecer, para poder decir a Dios: He aquí mi trabajo--”




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