Poeta,
periodista, escritor y pensador de profunda influencia en los autores
contemporáneos, Hermann Hesse recibió el Premio Nobel de Literatura
en 1946, apenas apagados los fuegos de la segunda conflagración
mundial, por su obra realizada durante la primera guerra. Alemán
naturalizado suizo, nació en julio de 1877 y murió en agosto de
1962.
Continuos
y violentos conflictos con sus padres lo llevaron a una odisea a
través de diferentes instituciones y escuelas. Entró en una fase
depresiva, insinuó, en una carta de marzo de 1892, ideas suicidas:
“quisiera partir como el sol en el ocaso”, y en mayo hizo una
tentativa de suicidio, por lo que lo ingresaron en el manicomio de
Stetten im Remstal, y más tarde en una institución para niños en
Basilea. En 1892, entró en el Gymnasium de Bad Cannstatt, cerca de
Stuttgart, y en 1893 dejó los estudios.
Toda
su obra tiene una característica general: una desgarrada,
enternecida angustia por el destino del hombre. Para sus estudiosos
el último romántico alemán, como se le ha denominado, en su
extensa producción que abarca desde la poesía pura hasta la novela
psicoanalítica, hay una permanente y obsesiva constante: entregar un
mensaje más realista a las nuevas generaciones alemanas
sobrevivientes a la guerra, que lograra reconciliarlas con las
precedentes.
Parte
importante de su obra está impregnada de las doctrinas
orientalistas, de las que fue gran conocedor, transciende con gran
profundidad psicológica y emotiva y rescata una poesía de
extraordinaria hondura filosófica. En otros trabajos realiza un
profundo y minucioso análisis del hombre. Concebido como un agudo y
riguroso estudio de caracteres, al tiempo que introduce al lector en
las zonas más remotas y oscuras de la conciencia humana, dibuja con
trazos que deslumbran por su brillantez, un cuadro psicológico del
mundo y sus habitantes, de perfección pocas veces alcanzada en la
literatura universal.
Hermann
Hesse era un gran conocedor de la filosofía y un buceador del alma
humana. Con la visión propia de uno de los pensadores contemporáneos
más influyentes, expone sus apasionantes conclusiones filosóficas
sobre una humanidad que crea y se destruye al mismo tiempo. El
ejemplo más acabado es Siddartha, hindú de la casta de los
brahmanes a quien la contemplación de la religión de Brahma no le
satisface y se inicia en la orden de los mendicantes, donde tampoco
logra contentar su alma, siempre inquisitiva. Abandona todo y termina
de barquero, un barquero que se transforma en el símbolo del que
busca incansablemente la verdad.
En
el tema de la guerra manifiesta Hesse una mordaz y a veces terrible
alegoría: la del ser humano encadenado a los mecanismos monstruosos
de la opresión, la autoridad coercitiva e impuesta, la crueldad
demencial y aterradora de los hombres que sojuzgan a otros hombres.
En casos como el de su personaje Demian el que quiere nacer tiene que
destruir un mundo, la superación de una moral en favor de una
poderosa vida interior reprimida, liberación definitiva de una
herencia, una educación y un pasado. Emerge de esa manera la vida
como corriente subterránea de la personalidad íntima, dolorosamente
estancada hasta entonces y retenida en profundos estratos psíquicos
por los diques de la herencia espiritual. Pasa así el pensador a ser
uno de los valores más originales y más hondamente humanos de la
literatura alemana. Para sus estudiosos, busca y alcanza las serenas
cumbres luminosas de la plena conciencia de sí mismo.
Dice
en la introducción de Demian: “No soy un hombre que sabe. He sido
un hombre que busca y lo soy aún, pero no busco ya en las estrellas
ni en los libros: comienzo a escuchar las enseñanzas que mi sangre
murmura en mí. Mi historia no es agradable, no es suave y armoniosa
como las historias inventadas; sabe a insensatez y a confusión, a
locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren
mentirse a sí mismos.”
Tras
la declaración de la Primera Guerra Mundial en 1914, Hesse se
presentó como voluntario. Fue, sin
embargo, declarado inútil para el combate y destinado en Berna para
asistir a prisioneros de guerra en su embajada. El 3 de noviembre de
1914 publicó el artículo “O Freunde, nicht diese Tone,” primer
verso de la Oda a la Alegría, del poeta alemán Friedrich von
Schiller, en el que llamaba a los intelectuales alemanes a no caer en
las polémicas nacionalistas. La reacción que produjo la calificó
más tarde de momento crucial en su vida: por primera vez, se
encontró en medio de una violenta trifulca política, la prensa
alemana lo atacó, recibió anónimos amenazantes y cartas de amigos
que no le respaldaron.
Los
conflictos con el público alemán no se habían disipado cuando
Hesse sufrió una nueva vuelta de tuerca que le sumió en una crisis
existencial más profunda: la muerte de su padre, la grave enfermedad
de su hijo Martin y la crisis esquizofrénica de su esposa. Tuvo que
comenzar un tratamiento psicoterapéutico. Fue tratado desde mayo de
1916 hasta 1917 por el Dr. Joseph Bernhard Lang discípulo de Carl
Gustav Jung. Esto iniciaría en Hesse un gran interés por el
psicoanálisis, a través del cual llegaría a conocer personalmente
a Jung, quien lo familiarizó con el mundo de los símbolos, latente
en Hesse desde los años de su infancia.
Se
mudó al cantón del Tesino, en Suiza, donde retornó a la escritura
y también a pintar, lo que aparece en su gran relato siguiente, El
último verano de Klingsor. En 1922 apareció la novela Siddhartha.
En 1924 adquiere la nacionalidad suiza. Las principales obras que
siguieron son relatos autobiográficos teñidos de ironía, en los
que se anuncia su más célebre novela, El lobo estepario (1927).
En
1931 comenzó el proyecto de su última gran obra, El juego de los
abalorios. Publicó en 1932 un relato preparatorio, El viaje a
Oriente. Hesse observaba con preocupación la toma de poder de los
nazis en Alemania. En 1933, Bertolt Brecht y Thomas Mann estuvieron
en su casa durante su viaje al exilio. Hesse intentó, a su manera,
oponerse a la evolución de Alemania: publicaba desde hacía tiempo
reseñas en la prensa alemana, a partir de entonces se manifestó más
enérgicamente en favor de autores judíos o perseguidos por los
nazis. Desgraciadamente, desde mediados de los años treinta, ningún
periódico alemán se arriesgó a publicar artículos suyos.
El
juego de los abalorios fue impresa finalmente en 1943 en Suiza. En
esta novela, según Luis Racionero, “Propone su ideal de cultura:
Una sociedad que recoge y practica lo mejor de todas las culturas y
la reúne en un juego de música y matemáticas que desarrolla las
facultades humanas hasta niveles insospechados”. Después de la
Segunda Guerra Mundial, su creatividad declinó: escribió relatos y
poemas, pero ninguna novela. Murió a los ochenta y cinco años en
Montagnola, a consecuencia de una hemorragia cerebral. Así acabó la
vida de un pensador que hizo de la angustia existencial la
interpretación filosófica de la primera mitad del siglo veinte.