viernes, 31 de octubre de 2014

LA ANGUSTIA POETICA DE DANTE ALIGHIERI







Haciendo combinación de elementos tradicionales de la poesía, Dante Aliguieri en una armoniosa conjunción de mitología y religión crea una de las obras más fascinantes de la literatura universal, La Divina Comedia.

Francisco Montes de Oca en la introducción y comentario de la serie Sepan Cuantos, de Editorial Porrúa, nos informa que es en Florencia la ciudad del Lirio Rojo, donde nació Dante en la primavera de 1265. Su familia perteneciente a la modesta burguesía florentina, se enorgullecía de tener ascendencia gentil romana. El futuro poeta recibió las aguas bautismales hasta el 25 de marzo de 1266, diez meses después de su venida al mundo. Por su abuelo materno le fue impuesto el nombre de Durante, que se abrevió después en el de Dante.

A mediados del siglo XIII no debía contar la villa de Florencia con más de ochenta mil habitantes. Por el sur limitaba con el Arno, cruzado entonces por un solo puente, y por el norte con el emplazamiento de la actual Santa María Novella.

Los partidos gibelinos y güelfos entran en la Historia en 1212, como consecuencia de la pugna entre las dos grandes familias de Florencia: la de Buondelmonte y la de Arrighi, partidaria aquella del candidato imperial gibelino (Federico II) y ésta del güelfo (Otón de Brunswick). Trasplantadas a Italia estas dos banderías, representaban los gibelinos el partido imperialista y germánico; los güelfos, el partido popular y papal. Dante pertenecía al partido de los güelfos por lo que tuvo que padecer el destierro de su ciudad natal.

La Toscana en creciente desarrollo económico, suministraba bienes con más largueza que las restantes regiones italianas. Pisa, cuya prosperidad, debida en buena parte al tráfico con el oriente, tocaba a su apogeo. Siena, donde se organizan poderosos grupos de crédito, Pistoya, Arezzo, Luca son ciudades que van extendiendo, firmes y seguras, sus actividades comerciales o manufactureras. Florencia marcha a la cabeza de esa evolución y su economía crece y se diversifica cada vez más.

La emisión del florín de oro, la moneda de mejor ley y la más aceptada en Occidente durante el siglo XIII, secunda eficazmente la expansión comercial. Los treinta y seis años transcurridos entre el nacimiento de Dante y su destierro sin retorno vieron crecer considerablemente la hacienda pública y privada. Es la era de los grandes monumentos: 1278 reconstrucción de Santa María Novella, 1295 se eleva la iglesia de Santa Cruz, los primeros trabajos de Santa María de Fíore tienen lugar el año siguiente, el cuerpo principal del Palazzo Vecchio se lleva a cabo en 1298.

El espíritu de Dante está impregnado de la claridad que irradiaba en aquel siglo el fenómeno franciscano. Si su genial amigo el pintor Giotto ha representado la vida de Asís con un verismo impar, reproduciendo al Santo como hombre de su tiempo, cercano a todos, asequible a los propios ensueños y dolores, no obstante su alteza espiritual, Dante por su parte, ha sido capaz de captar como pocos la esencia del mensaje franciscano.

Trascendental impacto causaron en su alma de poeta la gracia y la belleza de una doncella florentina, que él designa con el nombre de Beatriz. Los dos primeros encuentros con la joven  tuvieron lugar  a nueve años de distancia uno de otro. Dante los recuerda emocionado: “Nueve veces ya desde mi nacimiento había vuelto el cielo de la luz casi a un mismo punto, cuando surgió por primera vez ante mis ojos la gloriosa señora de mis pensamientos, la cual fue llamada Beatriz por muchos que no sabían cómo se llamaba…..” Pero Beatriz ha existido en realidad: le llamaban Bice, diminutivo de Beatriz, y era hija de Folco Portinari que vivía no lejos de la casa de los Aliguieri. Murió sin haber tenido hijos, casada con Simón dei Bardi.

Los últimos años de su vida los pasó Dante en Ravena en la que murió en la noche del 13 de septiembre de 1321, cuando contaba con 56 años. Sus conciudadanos reclamaron repetidas veces los restos de aquel a quien habían expulsado de Florencia y amenazado con la hoguera; la respuesta de los raveneses no ha variado hasta el presente: “No supisteis tenerlo vivo, no os lo devolveremos muerto”

La obra que ha elevado a Dante hasta el pináculo de la más alta fama es la Divina Comedia. La crítica dantesca está de acuerdo en aseverar que Dante comenzó la elaboración de la Divina Comedia en la primavera de 1304, la interrumpió dos años más tarde al concluir el canto VII del infierno y volvió a proseguirla hasta el VI del purgatorio antes del verano de 1310. En el mes de agosto de 1313, estaba totalmente terminado el purgatorio, pero el poema completo no lo fue hasta poco antes de la muerte del autor.

El plan se desarrolla en el curso de un viaje a través de las regiones de ultratumba y el privilegio de emprender tal jornada se le concede al florentino, como en lejanos tiempos se concedieron otros semejantes a Eneas y a San Pablo. El epíteto “divina” no salió de la pluma del autor sino que lo popularizaron las generaciones siguientes, aplicándolo, tanto al autor excepcionalmente insigne, cuanto a la obra, henchida de belleza y de substancia religiosa. El título actual, Divina Comedia, quedó consagrado para siempre a partir de la edición veneciana de Giolito en 1555.

Asunto del poema es una visita al mundo del más allá, tema harto frecuente de poetas y visionarios del mundo grecorromano y, más todavía en los de la cristiandad medieval. La concepción de la Comedia resulta de un encuentro espiritual de su autor con Virgilio; en el sexto libro de la Eneida está su más señalado precedente. El descubrimiento de Virgilio por el florentino, ese encuentro de los dos latinos más grandes del firmamento de las letras, es uno de los momentos culminantes en la historia de la cultura. Virgilio, y solo él, es el maestro y el guía de Dante en los Infiernos y en la poesía. Aunque quien acerca a Virgilio para que acompañe a Dante en su viaje de ultratumba, es la hermosa Beatriz.


Su obra la construyó Dante con nombres y relatos mitológicos, desde Homero hasta Virgilio, las concepciones teológicas y religiosas del Medievo la complementan. Aparecen en el relato lo mismo lugares y personas imaginarias que reales, desde filósofos griegos hasta comerciantes de Florencia. Tipifica además vicios y virtudes de personas y razas. Así entre la angustiada concepción religiosa y la belleza de su poesía, nos presenta Dante Alighieri su obra maestra. 

sábado, 25 de octubre de 2014

JULIO CESAR Y LAS GALIAS








Nos informa Xavier Talavera que en el mes de junio del año 708 de la fundación de Roma (46 a. de C.), un mes antes de cumplir los cincuenta y seis años de edad, regresaba a la Ciudad de las Siete Colinas, Cayo Julio César, poco tiempo después de la batalla de Thapsos (abril) que le ha abierto definitivamente las puertas para convertirse en el único gobernante de Roma.

El pueblo romano aplaude, grita y vitorea a aquel hombre que rechazaba el honor de ser divinizado a pesar de ser descendiente de la misma Venus. Julio César era vástago de la ilustre familia Julia (de donde le venía el nombre de Julio), una de las más antiguas del Lacio, cuyo origen se remontaba, según la tradición, hasta el troyano Eneas a través de su hijo IULIO. El propio César, en la oración pronunciada en el funeral de su tía Julia, la viuda de Mario, decía: “Por su madre mi tía Julia descendía de reyes, por su padre se remonta a los dioses inmortales….”

César nació en Roma el 12 de julio del año 652 de la ciudad (102 a. de C.) El primero de los miembros de la gens Julia que llevó el nombre de César, según los “Anales de Roma”, vivió en el tiempo de la segunda guerra Púnica, Sexto Julio César, quién, además, fue pretor. Por otra parte la palabra César parece ser una voz púnica cuyo significado es “cuero de elefante”.

La educación que recibía el niño César era, como toda educación impartida a un patricio distinguido, sumamente esmerada y refinada. Sus maestros le enseñaban Historia de Roma, griego y gramática, los filósofos griegos Platón y Aristóteles, autores dramáticos griegos y geografía y ciencias naturales.

A la muerte de Mario (ocurrida el 13 de enero del 86 a. de C.), en el 82 al regreso de Sula se recrudecieron las escenas violentas y se decretaron proscripciones y destierros. Uno de los perseguidos fue César quien tuvo que huir de Roma ocultándose por largo tiempo en el país de los Sabinos. Logró escapar embarcándose a Bitinia con objeto de refugiarse en la corte del rey Nicomedes III. Estando en Bitinia fue acusado de haberse prostituido según refiere Suetonio.

En el 62 a. de C. César es nombrado pretor en España Ulterior. Un año más tarde se le nombra gobernador de la misma provincia. Se dice de él que durante su estancia en España administró la cosa pública con inteligencia, procuró la concordia y quedó como un prudente gobernante.

A su regreso a Roma César fue investido con el gobierno de la Galia Cisalpina, subsecuentemente, por una moción de Pompeyo, el senado le agregó la provincia de Narbo. Sus campañas en la Galia lo acreditaron como un guerrero y caudillo, no inferior a ninguno de los más admirados y célebres en las carreras de las armas.

En la primera campaña de la Galia (58 a. de C.) vence a los Helvecios y derrota a Ariovisto. En la segunda campaña (57 a. de C.) derrota a los belgas. Al año siguiente somete a los armóricos, morinos, menapios y aquitanos. En la cuarta campaña (55 a. de C.) derrota a los usipetes y tancteros, cruza el Rin y hace su primera expedición a Bretaña. Tras una incesante lucha en los años 51 y 50 a. de C., sofocó la rebelión de las naciones galas que acaudillaba Vercingetorige, mostrándose cruel en extremo.

Tras de una rápida y laboriosa campaña logra el 9 de agosto de 48 a. de C., vencer en Farsalia a Pompeyo quien huye a Egipto en donde es muerto. En junio de 47 César abandona Egipto, en donde había puesto como soberana e instrumento de Roma a Cleopatra, atravesando los territorios de Siria, Cilicia y Capadocia.

Se dice de César que es alto y delgado pero fuerte y saludable, blanca la color, los miembros bien proporcionados, los ojos negros y vivos. A pesar de que a últimas fechas ha empezado a sufrir ataques epilépticos se le ve como siempre, afable, cariñoso, pleno de vigor y con una gran seguridad en sí mismo. Llevada ceñida la corona de laureles que le ha autorizado el senado. El la usa con gusto porque le oculta un poco la calvicie.

“Por fin ha llegado. Siempre acompañado por Decio Bruto, el hijo de Servilia, la mujer a quien César ha amado más en su vida. ….César se ha sentado y pide, muy molesto, que no lo importunen. Entonces Tulio Cimbro  lo toma con ambas manos de la toga y le descubre el cuello. Casca, sacando un puñal de entre la ropa, hiere a César en el lugar descubierto por Tulio. …. Hace resistencia, forcejea, lucha, Bruto, el albino, saca la espada y va sobre su protector, éste al verlo, se cubre la cabeza con la toga aprestándose a recibir los golpes, con la otra mano baja la toga para cubrir las piernas y caer con compostura. Los senadores corren, huyen despavoridos, César, a los pies de la estatua de Pompeyo ha quedado exánime.

“Dicen que este crimen se ha cometido para salvar a la república de la tiranía de este hombre. Hoy es el 15 de marzo de 710 de la fundación de Roma.” 

Durante su gobierno construyó suntuosos edificios como el Forum Caesaris, y su ingeniero Namurro fue el primero que construyó, en Roma, palacios enteramente cubiertos de mármol. Restableció el orden y la paz en Roma; promulgó leyes contra el lujo; repartió tierras entre sus veteranos; colonizó provincias como Narbona, Bieziers, Arles, Ampurias, Osuna, Corinto y Cartago. Como el mismo Cicerón lo reconoce, fue generoso con los prohombres del partido vencido colmándolos de honores y del disfrute del puesto público que ocupaban.

Además de la gran pasión que tuvo por las letras se preocupó por el estudio de la geografía, las ciencias naturales, la astronomía y la matemática. Por instancias de él, el matemático griego Sosígenes reformó el calendario, al que, en honor de Julio César, se le puso Juliano y empezó a funcionar el primero de enero del año 45 a. de C. Una de las obras de ingeniería construidas por César, el puente sobre el Rin, servía, todavía en el siglo XVI, como un clásico modelo para los ingenieros y arquitectos de aquella época. En su tiempo llevó a Roma sabios de todo el mundo antiguo. Por referencias sabemos que era muy buen poeta, así como muy buen gramático.


Tienen las obras de Julio César no sólo un interés historiográfico, sino también un profundo interés humano. Disponemos de los relatos de Plutarco en las biografías respectivas de Pompeyo y César. El relato de Suetonio en la biografía de César; el de Apiano en la segunda parte de sus Guerras Civiles, el de Dión Casio. Por otra parte, los Comentarios a la Guerra de las Galias tienen un paralelo en nuestra literatura historiográfica, que la constituyen las Cartas de Relación de Hernán Cortés.

sábado, 18 de octubre de 2014

FAUSTO Y LOS DEMONIOS DE GOETHE








Goethe, ya de estudiante, había tenido la primera idea de Fausto, acabado un año antes de su muerte. Fausto, viejo lector desengañado de su sabiduría, solo quiere morir, desistiendo del suicidio al oír las campanas que anuncian la Pascua de Resurrección. Al atardecer, en el paseo se le presenta, en forma de perro, Mefistófeles –a quien por el prólogo sabemos que el Señor concedió permiso para seducir al doctor--, que le sigue y, ya como hombre, penetra con él en su casa, y le ofrece un pacto que Fausto acepta, por el cual volverá a ser joven y a conocer el amor. El renovado Fausto encuentra a Margarita, joven e inocente, a la que enamora y logra engañar, pero ésta al final, se resiste animada por una inspiración divina, negándose a seguirle ya más, y mientras Mefistófeles arrastra a Fausto.

Juan Wolfgang Goethe, una de las cumbres de la literatura universal y el más grande poeta alemán, nació en Francfort del Meno, en el seno de una familia de la burguesía el 28 de agosto de 1749. Decide estudiar abogacía y se traslada a Leipzig en 1756, donde conoce y absorbe la poesía popular y comienza a rendir culto a Homero y Shakeaspeare. Ahí inicia también su agitada vida amorosa, que luego reflejará en sus obras. Murió en Weimar el 22 de marzo de 1832. Niño y adolescente genial, su primer libro, Werther, le encumbra prodigiosamente entre sus contemporáneos, perdurando a través del tiempo esta novela del eterno y triste primer amor del hombre, nos dice Ettore Pierri, su biógrafo y crítico.

Personajes ilustres y delicadas mujeres le admiran y le protegen, ocupando cargos importantes desde muy joven y concediéndole el príncipe gobernante la dirección del teatro, puesto desde donde llevó a cabo fantasiosos proyectos, desde la creación de originales ballets a la exhumación de las tragedias antiguas. Artífice de su propia vida como de su obra, Goethe viaja y conoce a los hombres más descollantes de su época, siendo célebre su entrevista con Napoleón. Sus contemporáneos lo llamaban el rey de los espíritus.

El gran acontecimiento histórico de los años en que el poeta alemán escribe el primer borrador del Fausto, es, sin duda, la Revolución Francesa. La inquietud por referirse a la realidad de su época, es producto del agitado momento político que vive Europa, con el desplazamiento de la hegemonía mundial de España a Francia, el inicio del proceso que consolidaría el imperio alemán, la crisis de la concepción del Estado, la revaloración crítica de las relaciones y estructuras sociales y económicas, entre otros.

La propuesta de un nuevo orden político y social, dirigida a trastocar los esquemas heredados de la Baja Edad Media, las demandas de transformación de las monarquías absolutas en monarquías constitucionales y la exigencia de que sean derogados los privilegios de los nobles y el clero, pautan ese proceso.

Hay en Goethe, como en los franceses, una marcada inquietud por todo lo humano, por abarcar y desempeñar minuciosamente, a veces dolorosamente, siempre con angustia, todo aquello que tiene que ver con el hombre y su circunstancia. Por otra parte, sus obras sobre la Revolución Francesa, constituyen más allá de su estricto contenido ideológico, el testimonio de un hombre que supo ser como escritor un apasionado testigo de su época, como lo fue buena parte del mejor clasicismo francés.

Escritor polifacético, autor de dramas, comedias, poemas filosóficos, ensayos, obras pastoriles y novelas, dejó una extensa producción que refleja claramente los centros fundamentales de su criterio creativo: rompe a veces con las formas convencionales, se refugia en una lírica apasionada, abreva en el folclore y en las tradiciones populares, recurre al análisis autobiográfico puesto que busca obsesivamente el amor de las mujeres jóvenes (Fausto), convoca la melancolía y el romanticismo o canaliza literariamente sus sensaciones personales.

Modern lo describió así: “En Goethe encontramos al intérprete de su época, al clásico anheloso de la medida helénica y al romántico pletórico de sentimientos y ansias de infinito, la impaciencia juvenil y la experiencia fecunda de los años, el amor al mundo de las cosas y el cultivo de toda la gama emocional, la compenetración con la naturaleza y el ejercicio de la cortesanía más exquisita, la afirmación de una cultura superior y el reconocimiento de un mundo demoníaco, la capacidad de ser uno mismo y la adaptación a las circunstancias, el goce de los sentidos y del intelecto puro, la mirada comprensiva hacia el pasado y la predicción de un futuro hecho presente, la meditación gustosa y su transmutación en obra, la aptitud del hombre de ciencia y la actitud más lírica, la presencia de lo particular y la vivencia de lo universal”.

Fausto es una tragedia dividida en dos partes. La primera se terminó de escribir en 1808 y la segunda en 1831. El protagonista de la obra, fue un personaje real. Nació en Rod, cerca de Weimar, en 1480, y se doctoró de teología en la Universidad de Wittemberg. Su vida, preñada de hechos curiosos e inexplicables, inspiró una leyenda a partir de la cual se escribió un libro anónimo (El libro de Fausto), publicado en 1587 por el impresor Spies. Ahí se presenta como un famoso mago y maestro en el arte tenebroso, que se vendió al diablo.

Este libro obtuvo un gran éxito popular, fue traducido al inglés e inspiró a Cristobal Marlowe (1563-1593), maestro de Shakespeare, un drama que tituló Fausto y que compuso en base a la leyenda. Años después Goethe, admirador de Marlowe y de Shakespeare, a quienes no había tenido reparo en imitar puntillosamente, tomó el libro de Marlowe como punto de partida para su recreación de la leyenda.

En buena medida, Fausto refleja el curso de la vida del propio Goethe. La primera parte de la tragedia, vigorosa, fuerte, colorida, muestra un Fausto preocupado especialmente por saciar sus sentidos y aspiraciones terrenales, que incluyen el saber total, y seducido por el demonio, que le promete riquezas, juventud y poder. La propia estructura de esta parte, dinámica y vertiginosa, alude a la impaciencia juvenil de Goethe quien, también como Fausto, buscó agitado, inquieto, en la primera etapa de su vida, saciar sus aspiraciones y sentidos terrenales.

En la segunda parte Goethe, más viejo, más sabio y menos crédulo, da forma a una tragedia densa, lenta y reflexiva, como fue la última etapa de su vida. Aquí la referencia autobiográfica trasciende el caso particular del autor y se hace más amplia y totalizadora. El simbolismo no alude ahora sólo a Goethe: apunta también hacia todos los hombres, a la humanidad en su conjunto.


Si bien ni Margarita ni Elena constituyeron para Fausto el amor que podía salvarlo, dándole la gracia eterna, ambas y la Madre de Dios, convocada a través de las potestades celestiales en los instantes finales del drama, constituyen ese Eterno Femenino al que hace referencia el fin de la tragedia y toca finalmente el alma de Fausto concediéndole la gracia perpetua. Así Fausto se salva en un final que no está exento de contradicciones, de misterio  y de poesía, como la vida del hombre.  

domingo, 12 de octubre de 2014

LOS DIVINOS ENEAS Y VIRGILIO







Francisco Montes de Oca al presentarnos la Eneida nos dice que La Antigüedad y la Edad Media nos han transmitido numerosas tradiciones sobre la vida de Virgilio. Las más antiguas debieron formarse ya en la época de Nerón y, sobre todo, en la de los Flavios, partiendo de la exégesis de las obras atribuidas entonces al poeta. Los círculos literarios que rodeaban a Augusto no acogieron favorablemente la obra del que sería, no tardando mucho, una especie de poeta nacional. Le reprochaban su excesivo apego a Homero, el no mostrarse demasiado artista, la molicie de su estilo, la inexpresividad de su vocabulario, la carencia de rigor de su métrica.

El último tercio del primer siglo de nuestra era y los inicios del segundo contemplan una verdadera apoteosis de Virgilio. No poco tuvo que ver en ello la influencia personal de Séneca, quien testimonia en toda su obra la más reconocida devoción del poeta de la Eneida. La Institución oratoria de Quintiliano, trazando para siglos el marco y los programas de toda educación liberal, incorpora definitivamente a Virgilio al patrimonio básico de la humanidad.

Originario del norte de Italia, de la Galia Cisalpina, apenas quince años más joven que Catulo, Publio Virgilio Marón nació el 15 de octubre del 70 a. de C. en Andes, localidad de las cercanías de Mantua. Realizó sus primeros estudios en Cremona, ciudad próxima a Mantua, y después en Milán, donde se hallaban las mejores escuelas de la Galia Cisalpina. Entre el 52 y el 50 a. de C. pasó a Roma para perfeccionarse y cultivar la elocuencia, bajo la guía del famoso retórico de tendencia asiática, Epidio, con quien estudió también Augusto Octaviano, más joven que Virgilio pero ya inclinado por la carrera de los estudios y los honores.

En los momentos de terror y de ansiedad política Lucrecio exhorta a los hombres a refugiarse en los templos serenos de la filosofía epicúrea y con esa influencia Virgilio decide dedicarse a los estudios filosóficos y científicos. Poco antes del asesinato de César abandona el tumulto de Roma y se refugia en los alrededores de Nápoles, en la escuela de Sirón, quien, junto con Filodemo, era de los maestros griegos de epicureísmo, llegados de Siria.

La Eneida, el mayor poema de la romanidad, fue concebido y comenzado entre los años 29 y 27 a. de C. Un poema centrado en Octavio vencedor de Accio y en su obra de pacificación interior y de afirmación foránea del prestigio romano. Introducido en un pórtico legendario en el que Asaraco y Tros, los antepasados troyanos de la gens Iulia, ocupaban un destacado lugar. El milagro de la Eneida estriba en que aporta una solución al problema insoluble, sin menoscabo de las partes integrantes: exaltación de la obra de Augusto, narración legendaria y evocación de los personajes más salientes de la historia de Roma.

Lo que confiere a la Eneida su carácter único ha sido la genial idea del poeta de meter toda la historia, todo el pasado y el futuro de Roma, en el interior de lo que no era de suyo más que el primer episodio de la historia legendaria de su pueblo. De mil procedimientos ha echado mano Virgilio para integrar en la historia de Eneas toda la historia de Roma. Por doquier intervienen, para descorrer el velo del porvenir, revelaciones, votos o profecías: Jupiter anuncia la futura grandeza de Augusto, Dido las guerras Púnicas o Eneas que promete levantar el templo que Augusto dedicará a Apolo Palatino. Están presentes en la Eneida la historia de Roma y la obra de Augusto, gracias a que se realiza con los sucesos del poema, una continua simbolización del destino de la ciudad eterna.

Eneas descendiente de la diosa Venus es el lazo de unión entre la dinastía de Príamo rey de Troya y los primeros romanos, merced a ello no descendían de griegos los romanos sino de troyanos que, como vencidos, excitaban la simpatía y la piedad. Era la revancha de la guerra de Troya. El propio Julio César, el tío de Augusto, había suministrado un postrer tema importante a Virgilio, al pretender enlazar a su familia, la gens IULIA, con IULO, el hijo del legendario Eneas, y a través de él con la diosa Venus. El asunto del poema resultaba así tanto dinástico como nacional: Roma adquiría el derecho de gobernar el mundo; César y sus descendientes el de gobernar a los romanos. Eneas había huido de Troya llevando a su padre Anquises en los hombros y de la mano a su hijo, mientras muere su esposa.

Virgilio ha tenido que trasladar para sus lectores romanos eruditos la lengua y el estilo de los poemas homéricos, destinados a la recitación oral y escritos de manera que fuesen comprendidos al vuelo. Virgilio trabajó intensamente en la Eneida por espacio de once años, desde el 29 hasta casi el momento de su muerte, el 22 de septiembre del 19 a. de C. La primera traducción castellana de la Eneida es la versión en prosa de Enrique de Villena, empezada el 28 de septiembre de 1427 y terminada un año después. La primera traducción en verso se debe al humanista toledano Gregorio Hernández  de Velasco, cuya versión de los doce libros de la Eneida de Virgilio, en octava rima y verso suelto, apareció por primera vez en Amberes, 1557, junto con las Bucólicas en endecasílabos libres, y fue muchas veces reimpresa.

La obra inicia así en su primer canto:
Canto las empresas bélicas, canto
al héroe que, prófugo por disposi-
ción del hado, fue el primero en
llegar, desde las costas de Troya,
a Italia, a las riveras del Lavinio.
Largo tiempo fue juguete por tie-
rra y por mar del poder divino, a
causa del pertinaz rencor de la im
placable Juno. Mucho hubo de su-
frir también en guerras, hasta que
fundó una ciudad y estableció sus
dioses en el Lacio, de donde pro-
vienen la raza latina, los padres
albanos y los muros de la excelsa
Roma.

El libro sexto refiere de la visita de Eneas a ultratumba, en Cumas se dirige a la cueva de la Sibila. Le pide descender a los infiernos, ahí se encuentra con Caronte y el paseo de la laguna Estigia, pasa junto al Cerbero, contempla los campos de los llantos. Encuentra a Dido su mujer, quien fuera reina de Cartago, que se suicida cuando la abandona y que manifiesta profundo rencor a quien tanto amó, lo ignora y va hacia su primer esposo a quien acaricia suavemente. Observa el lugar de los grandes criminales, en los Campos Elíseos encuentra a su padre Anquises, que le muestra su descendencia. Es este libro y sus cantos, sin duda, el génesis de la Divina Comedia de Dante.

Camina Eneas por las tierras donde pastoreó Hércules sus enormes toros y los lugares de sus hazañas. En la lucha de los troyanos contra los latinos, aparecen sabinos en los dos bandos, los etruscos pelean al lado de Eneas.

Al vencer en duelo a Turno el líder latino, quien le pide compasión, exclama Eneas:
“¿De escaparte me hablas, cuan-
do te veo vestido con estos despojos
de los míos?, exclamó. Palante, Pa-
lante es quien te inmola con esta
herida, y con tu criminal sangre
toma venganza.”
Esto diciendo, húndele, ciego de
ira, la espada en el pecho. Un frío
de muerte desata los miembros de
Turno, e indignado su espíritu, huye,
lanzando un gemido, a la región de
las sombras.

Finaliza así el último canto de la Eneida. Hacen las paces latinos y troyanos y Eneas por fin logra establecerse al margen del Tiber, para que su descendencia construya la futura Roma, reconstrucción a su vez de la destruida Troya. 

lunes, 6 de octubre de 2014

JAMES JOYCE Y EL CONTENIDO POETICO DE LA FORMA







Harry Levin en su ensayo sobre la vida y obra de Joyce, resalta la estrecha relación que existe entre la vida del autor y su obra, relación que se expresa en momentos de crudeza y realismo, pero también de la más alta poesía. Afirma del autor además que en la escuela –primero en la clase elemental de Clongowes Wood y después en el Colegio de Belvedere, de Dublín— recibió la educación proverbialmente indeleble de los jesuitas. Su educación comenzó dudando de la disciplina de los jesuitas, y acabaría repudiando la fe católica. Es en él muy frecuente poner toda su sensibilidad romántica en el encuentro con una prostituta, y reservar sus sátiras más agrias para la Iglesia.

Por su parte José María Valverde dice “Joyce declararía siempre deber a sus educadores jesuitas el entrenamiento en reunir un material, ordenarlo y presentarlo: de hecho, para bien o para mal, lo que recibió de los jesuitas fue tan vasto y complejo, que no sería arbitrario decir que la obra joyceana es la gran contribución involuntaria, y aun como tiro salido por la culata de la Compañía de Jesús a la literatura universal.” “….Pues el más típico examen de conciencia jesuítico es –como “Ulises”— el repaso de un día, al terminarlo, asumiendo uno mismo la acusación y la defensa –-si por un lado con exhaustivo rigor, por otro lado con flexibilidad casuística, atendiendo atenuantes--, pero no la valoración y el juicio –que se dejan— ““tal como esté en la presencia de Dios””: es decir, obteniendo el relato como cabría decirlo de un confesor, proceso tal literario como psicológico.”

El éxito con los críticos siguió al éxito de escándalo, pero ningún escritor ha manifestado menos interés que Joyce por la aceptación del público. Por más que se trató de desviarla de los libros de Joyce, toda una generación de escritores ingleses y norteamericanos creció bajo su influencia. De diversos países llegó el homenaje en la forma casi inconcebible de traducciones extranjeras.

Dice Levin: “Una tendencia a la abstracción nos recuerda constantemente que Joyce llegó a la estética por el camino de la teología. Necesitaba la sanción de Santo Tomás de Aquino para su arte, si no para su fe. En uno de los fragmentos inéditos de ““El artista adolescente”” confiesa que su pensamiento es escolástico en todo, excepto en sus premisas. Perdió la fe, pero conservó las categorías.” Y continúa describiendo que sus mutaciones vertiginosas, de la mistificación al exhibicionismo, de los experimentos lingüísticos a la confesión pornográfica, del mito a la autobiografía, del simbolismo al naturalismo, tienen por objeto crear un sustituto literario a las revelaciones de la religión.

A pesar de poner en duda las bases mismas de las relaciones humanas, insiste Joyce en su empeño de comunicarse con los demás. El solo intento de escribir una obra dramática sobre un tema tan proustiano es ya contradictorio. No hay dramaturgo que pueda permitirse un subjetivismo tan extremo. La generación de Joyce aplicó al arte los métodos del realismo. A ello debe también Marcel Proust (1871-1922) el haber podido expresar su experiencia más integral y sutilmente de lo que se había hecho antes, porque expresaba precisamente su propia experiencia y porque era además un artista completo.

Joyce no predica –como tampoco John Donne (1573-1631)— la doctrina de la trasmigración de las almas. Sus lectores, como los de Donne, han de saber distinguir entre los credos ocultistas y los conceptos metafísicos; han de saber la diferencia entre las doctrinas y las actitudes.

Desde 1922, año de su publicación, “Ulises” ha sido considerada la obra cumbre de la novela del siglo XX. La más innovadora, sin duda, y aquella que ha despertado el más vivo entusiasmo y elogio de la crítica. A pesar de haberse afirmado en repetidas ocasiones que el lenguaje –con toda su riqueza poética y su poder de sugestión musical— es el verdadero protagonista de la novela, la complejidad de sus resonancias simbólicas, hacen de esta obra la gran epopeya de la modernidad. Construida sobre el patrón de la “Odisea” homérica, “Ulises” es la crónica de un día de la vida de Leopold Bloom –un modesto agente publicitario-, de su mujer Molly –cantante profesional--, y del joven Stephen Dedalus, en la ciudad de Dublín, síntesis material y espiritual del mundo. En el reducido ámbito de estas existencias insignificantes se cifra toda la experiencia del hombre actual, que el genio de Joyce, con su portentoso don de la palabra, ha sabido plasmar como un cambio decisivo de la conciencia humana.

La cuestión de saber porque Joyce escogió a un judío como héroe, se resuelve por sí misma. Desde el Swann de Proust hasta el José de Thomas Mann, los personajes judíos han sido objeto de un desproporcionado interés por parte de los novelistas modernos (y de sus lectores).

De la técnica narrativa de “Ulises” dice José María Valverde: “…..es lo que suele designarse, con el término de Henry James, corriente de conciencia, y lo que llamó Valéry Larbaud, al presentar “Ulises”, monólogo interior: el propio Joyce lo llamó palabra interior, al declararse deudor de tal técnica a la olvidada novela de Edouard Dujardin “Les Lauriers Sont Coupés.”

Dujardin a su vez lo describía como “El monólogo interior es en el orden poético, ese lenguaje no oído y no pronunciado, por medio del cual un personaje expresa sus pensamientos más íntimos (los que están más cerca de la subconciencia) anteriores a toda organización lógica, es decir, en su estado original, por medio de frases directas reducidas a un mínimo sintáctico y de manera que den la impresión de reproducir los pensamientos conforme van llegando a la mente”

El protagonista de “El artista adolescente” es el autor mismo, el protagonista de “Ulises” es el hombre ordinario, y el de Finnegans Wake es la humanidad entera. El pasado que Joyce quiere volver a captar en esta última obra, entre las agonías de su pesadilla, no es un recuerdo personal sino una experiencia colectiva de la humanidad. En Finnegans Wake en un supremo esfuerzo además, el artífice trata de crear su propio idioma.

Nos dice Harry Levin “Visto de cerca, Finnegans Wake parece realizar las aspiraciones de las demás artes hacia una condición musical. Joyce es un maestro consumado de la música de las palabras, pero también en la música de las ideas, --complicada orquestación de asociaciones de imágenes que los poetas simbolistas nos han enseñado a amar--. Su innovación consiste en haber armonizado estos dos modos de expresión. Cuando se combinan sonidos y asociaciones mentales discordantes se logra un juego de palabras. Si las asociaciones mentales no tienen sentido, es un mal juego de palabras; si muestran una significación imprevista, ya está mejor: y si las asociaciones mentales significativas son bastante ricas, llegamos entonces a la poesía.”

Alguien  le preguntó a Picasso: “Si es usted tan gran dibujante ¿Por qué se dedica a pintar esas cosas extrañas? “Precisamente por eso” –contestó éste. A una pregunta semejante respondió Joyce que para él hubiera sido fácil producir un par de libros convencionales cada año, pero que ello no hubiera valido la pena. La originalidad hay que pagarla cara, con la resolución implacable de rechazar todos los clichés. El artista creador –Joyce, Picasso, Eliot o Stravinsky—debe ser fría y deliberadamente excepcional, nos dice Levin.  

James Joyce nació en 1882 en Rathgar, suburbio de Dublín, en el seno de una familia de arraigada tradición católica. Estudio en la Universidad de Dublín en 1898. Se forjó una sólida cultura, aprendió diversas lenguas y se interesó sobre todo por la gramática comparada. En 1902 se trasladó a París para estudiar literatura, pero al año siguiente regresó a Irlanda, dedicándose a la enseñanza.

Ezra Pound, ya establecido en París, aconsejó a Joyce asentarse allí, uniéndose así los dos a la multitud de americanos literarios de los años veinte –Hemingway, Faulkner…--, presidida por la exiliada de antes de la guerra, Gertrude Stein. Vivió sucesivamente en Trieste, Roma y París, hasta que el estallido de la Segunda Guerra Mundial le indujo a trasladarse a Zurich, en donde murió en 1941.

Afirma Levin que “Con una verdadera vocación por las labores que se había impuesto, con la seriedad de una obligación religiosa, con toda la alegría de un juego, llevó la disciplina y la indulgencia del arte más lejos de lo que ningún escritor lo había hecho antes ni probablemente lo hará después. Vivió su obra y escribió su vida. Su autorretrato como Icaro-Dédalo es el libro vivido del artista mártir.” La novela inglesa conoció el brutal vigor de David H. Lawrence y la gracia exangüe de Virginia Woolf. Debíó sin embargo su fuerza principal a tres extranjeros: el norteamericano Henry James, el polaco Joseph Conrad y el irlandés James Joyce.


Y así la personalidad emergente, con sus lapsos alcohólicos, su irresponsabilidad económica, la tragedia de la enfermedad mental de su hija, su obsesión neurótica por la traición, su indiferencia, concentrada en sí misma, por las gentes que no podía utilizar, contrarrestada por los sencillos pasos de su arte, nos impresionará y dejará perplejos, más aún de lo que lo hiciera el combatido artista durante su vida. Concluye Harry Levín.