Amasado y construido con sedimento y estructura
telúricos nació el narrador, las historias germinaron como semillas coloniales de
rígido contenido religioso y humor sarcástico. Al tiempo que ese mundo crea al
narrador le implanta las imágenes poéticas descarnadas como vivencias del Bajo Sur
de Jalisco, el valle que abarca de Autlán a los volcanes, en un círculo de
montañas cuyo emblema es la Sierra de Manantlán.
Los elementos que perfilan la
identidad del Bajo Sur se mantienen desconocidos, los únicos estudios
antropológicos son de poblaciones indígenas y los hizo Isabel Kelly en la
primera mitad del siglo veinte, patrocinados por la norteamericana Universidad de
California. En ellos estudió Kelly las tribus otomíes y nahuas.
Un factor determinante lo fue la
evangelización de los Franciscanos que pervive no sólo en la cultura sino
también en los restos de templos y en imágenes religiosas que se adoran en las
poblaciones, como la Virgen de La Asunción de Tonaya. Vírgenes construidas por
los artesanos de Michoacán de pasta de caña de maíz. Los frailes ejercieron la
catequización en todas las poblaciones y crearon conventos en Tuxcacuesco,
Ejutla y Autlán, hasta que en 1797 el obispo Cabañas ejecuta Cédula Real que decreta
la secularización de los curatos franciscanos.
En tanto los grandes personajes de
Autlán del siglo diecinueve son conservadores, ilustrados y altruistas, los
seminarios de Autlán y Ejutla ejercieron poderosa influencia en la guerra
cristera, alimentada por sacerdotes egresados de este último y formados bajo la
tutela de Francisco Amezcua. Participaron en ella en Zapotitlán, Tolimán,
Tuxcacuesco, San Gabriel y Autlán, para considerar solamente de las parroquias.
Las versiones locales hablan de sacerdotes sacrificados en Autlán, Ejutla,
Toxin y Apulco.
Las distintas revueltas fueron destructivas
de archivos eclesiales y civiles. Insurgentes, liberales, villistas y cristeros
tuvieron como denominador común la depredación. Fueron bandoleros, violadores y
destructores de vidas y patrimonios y por consecuencia destructores de la
cultura y la riqueza de la región. La zona la arrasaron bandas disfrazadas de
reformadores o revolucionarios con sus despiadadas huestes como Antonio Rojas,
Simón Gutiérrez o Pedro Zamora. No es casual que ahí haya encontrado alojo y
simpatía el líder del Cártel Jalisco y su tropa de delincuentes.
En entrevista con Luis Harss en la
ciudad de México y publicada en “Los nuestros, Sudamericana, Buenos Aires, 1966”,
dice Rulfo que apellida Vizcaíno por lo materno, y continúa diciendo que todos
los Vizcaíno eran delincuentes, que era muy común entre esos hombres cambiarse
el nombre, en lugar del patronímico se ponían el geográfico.
En su obra aparecen personajes con
características de familiares identificables como sociópatas, tal es el caso de
su tío abuelo Librado Vizcaíno y sus hijos, quienes eran los propietarios del
mesón de Zapotlán, lugar en el que asesinaban a los arrieros para despojarlos
de sus bienes para luego enterrarlos en el baldío colindante. Otro personaje no
menos siniestro de la familia es Rodolfo Paz Vizcaíno, originario de Tonaya,
hijo de la tía abuela de Rulfo Magdalena Vizcaíno, dueño de la playa Tenacatita
del poblado El Rebalse, en el que mantenía a sus trabajadores en esclavitud y que
sus ejecutores asesinaban cuando intentaban escapar. En el extremo de su
conducta desquiciada el personaje pasaba del asesinato más atroz al arrobo en
la oración religiosa. Los días finales de Rodolfo los pasó como sacristán en la
iglesia de Santa Rita de Casia en la colonia Chapalita en Guadalajara. Paz
Vizcaíno fue identificado por Agustín Yáñez como El Amarillo, cacique de la
costa en su novela La Tierra Pródiga.
Un elemento recurrente en la obra de
Rulfo es el incesto, que se localiza con mayor frecuencia en las sociedades
cerradas en las que es común la convivencia sexual entre familiares cercanos y
que el aislamiento vuelve a sus gentes hacía dentro de sus propias comunidades
y del entorno familiar, factores a los que no podía ser insensible el escritor.
Para sus biógrafos los hechos que
marcaron al autor fueron las vivencias de la infancia, la violencia y la muerte
en que se vieron envueltas la región y su familia. Su traumatizada niñez lo
acerca a personajes como Dickens, Chaplin y Edith Piaf. La fuerza de la
narración y las desgarradoras historias se alimentan de la experiencia propia,
origen también de la angustia, de la inseguridad y de depresiones solo tolerables
con el alcohol.
Las influencias culturales las
encontramos sin esfuerzo en representaciones de reminiscencia del teatro del
Siglo de Oro Español, en solares adaptados a donde asistía fascinada la
población. Por su parte las pastorelas heredadas de la evangelización se
presentaban en los patios y corrales de las casas de los vecinos y eran motivo
de alegría y esparcimiento popular con su natural contenido religioso, en las
que aparecía sin esfuerzo la picaresca con personajes como La Pereza y El Bartolo.
En todo aquello se percibía un claro sabor manchego.
Compositores e intérpretes
reconocidos surgieron de entre los músicos de la región, la influencia de la
cultura local se evidencia en personajes de San Gabriel como los músicos Blas
Galindo y Felipe Santana y el tenor José Mojica. Músicos cultos y populares
reconocidos los hay también en Autlán, Tonaya, Ejutla, El Limón y El Grullo. A
la vez que los estudiosos ubican en el poblado de Copala a Nabor Rosales creador
de sones jaliscienses del siglo diecinueve y principio del veinte.
Más allá del Nevado hacia el oriente
en Zapotlán surgen músicos como José Rolón, Consuelo Velázquez y Rubén Fuentes.
Sin olvidar que la mayoría de las poblaciones como Zapotiltic, Tamazula,
Tuxpan, Pihuamo y Tecalitlán son conocidas por su rica veta musical. Tiene la
música como origen seminarios, conventos e iglesias, en cuyo entorno se creaban grupos
musicales para los oficios religiosos y las fiestas profanas. No es ajeno a esa
poderosa influencia cultural el surgimiento de escritores como Juan José
Arreola o pintores como José Clemente Orozco.
Otro fenómeno que influyó en el
perfil de la región fue la paulatina desaparición de las comunidades indígenas
que conoció San Buenaventura, el sobrino de Hernán Cortés en su paso por la
región. Como fantasmas deambulan en las historias de Rulfo los indios de Apango
que bajan al tianguis de la mitológica Comala de Pedro Paramo o en la geografía
real de la sierra de Manantlán a los poblados del llano, a vender loza, fruta,
manzanilla o tomillo.
Hermann Hesse sostiene que el espacio
creador se encuentra en el subconsciente del individuo, lo que nos induce a
pensar que en los recuerdos olvidados del consciente está la veta creadora, José
Gorostiza por su parte afirma que la belleza del arte nos permite evadirnos de
la realidad que nos lastima. Esos razonamientos nos acercan al secreto de Rulfo,
quien al intentar superar un mundo de experiencias traumáticas en especial de
la niñez, producto del brutal criollismo regional con clara dosis de sadismo, lo
sublimó hasta convertirlo en obra de arte.
Como en los países conquistadores, la
violencia y la marginación convivían paralelas en El Bajo Sur con la cultura musical
y literaria. El resultado de esa contradicción produjo creadores como Juan
Rulfo, que tuvieron el lenguaje como paleta y las vivencias como motivo de la tela
magistral.
Bibliografía:
Ascencio, Juan. Un extraño en la tierra. Biografía no autorizada de Juan Rulfo.
Ascencio, Juan. Un extraño en la tierra. Biografía no autorizada de Juan Rulfo.
DEBATE, Random House Mondatori, S.A.
de C.V. México, D.F. 2005.
Brambila, Crescenciano Pbro. El Nuevo
Obispado de Autlán. Obispado de Colima. Colima, Col., 1962.
Campbell, Federico. La Ficción de la
Memoria. Juan Rulfo Ante la Crítica. Ediciones ERA. UNAM. México, 2003.
Villaseñor y Villaseñor, Ramiro.
Bibliografía. Juan Rulfo. UNED. Guadalajara, Jal., 1986.