A
mis amigos de Partidero
Para los lectores participar en una feria del libro es asistir a una fiesta de la cultura, en la que encontrar editoriales y ediciones difíciles de localizar en los lugares habituales de venta, es un privilegio. Conocer además a los grandes personajes de la literatura actual o escucharlos en sus disertaciones, es algo que no se puede despreciar.
Como contraportada es difícil imaginarnos la manipulación comercial y de
poder que existe atrás de la venta de un libro. No es fácil entender como un
objeto de cultura se convierte en un instrumento de consumo, por otro lado es
de sentido común que el nivel de cultura de una sociedad se mida por el número
de libros que lee, concepto fácil de desvirtuar si se lleva al espacio del
esnobismo y la superficialidad, convirtiendo en moda la asistencia a la feria
del libro, en lugar de su lectura. Así, el mercado de los libros se beneficia
de una sociedad sin asumir como obligación la mejora de su nivel educativo y cultural.
A treinta años de la creación de la Feria del Libro no se aprecia un
cambio en la sociedad jalisciense en su nivel cultural, que debiera
manifestarse como indicador elemental en su gusto por la lectura. Una comunidad
dañada de por sí por la educación masiva
y burocratizada, a lo que se suman los intereses mercantiles de la industria
editorial y la voracidad del grupo de poder universitario.
Al margen de cualquier criterio, el mercado del libro debe darse y
desarrollarse dentro de ciertos parámetros de honestidad. Cuando se utilizan
recursos públicos para mejorar la vida cultural y educativa la aplicación
presupuestal es honesta, caso contrario si se canalizan para mejorar las ventas
y apoyar a los comerciantes estamos ante un desvío, entre otras razones porque además
de realizar una simulación cultural se afecta la lógica del mercado.
La Feria Internacional del Libro, patrocinada por la Universidad de
Guadalajara, puede servir de referente. Convertida en un éxito comercial a
través de la comunicación manipulada, en el que los autores siguen el guión que
les dictan sus casas editoras y que bajo un trato indigno son obligados a
expresarse como estrellas de espectáculo.
El referente más claro de la estructura de intereses que opera tras
bambalinas --y que se puede apreciar, por su influencia y cercanía con quienes
dirigen la Feria Internacional del Libro--, es el GRUPO PRISA, empresa española
que abarca diferentes ramas de los negocios, destacadamente la editorial. A
este grupo han pertenecido las editoriales Alfaguara y Santillana, además del
influyente periódico español “El País”.
Ligada al periódico y las editoriales se creó la Cátedra de Estudios
Latinoamericanos, cuyo comité lo integraron Gabriel García Márquez, Carlos
Fuentes y Felipe González. Los dos primeros fueron claves en la creación de la
Feria Internacional del Libro, generando vínculos entre el factor real de poder
de la Universidad de Guadalajara y la familia que ejercía el control de las
editoriales españolas, además de otros grandes negocios.
Otros personajes de menor rango que intervinieron en el sostenimiento
político y de imagen del grupo de poder de la universidad, con las banderas de
la izquierda y la cultura y que hace negocios a costa de la calidad y los fines
de la educación superior desde hace décadas, fueron Carlos Monsivais y Miguel Ángel
Granados Chapa, quienes lo apoyaron sin reserva desde distintas trincheras,
entre otras las páginas de la revista Proceso.
La Feria Internacional del Libro que año con año se realiza en Guadalajara,
representa beneficios comerciales óptimos para las editoriales españolas. Entre
los mayores beneficios se encuentra la legitimación de Editorial Santillana que
ha tenido un excelente mercado en la venta del libro de texto en México,
convirtiendo al gobierno federal y por consecuencia a los alumnos en clientes
cautivos que generan enormes dividendos, amén de la versión oficial de la
educación impuesta desde las oficinas públicas.
En lo que se refiere a negocios ajenos a los libros pero que son utilizados
para su comercialización, el grupo ha controlado en México un sector importante
de medios de comunicación como las radiodifusoras, a través de las que ha
influido y chantajeado decisiones del gobierno federal en su beneficio.
Fue evidente el nerviosismo del grupo económico PRISA a consecuencia del
debilitamiento de Raúl Padilla López, ante las severas críticas por su intervención
y manipulación ilegítima en la administración universitaria, exhibida en la
confrontación con el Rector de la Universidad de Guadalajara Carlos Briseño. El
grupo español no dudó en utilizar el
periódico El País para apoyar al grupo de poder de la universidad a través de
editoriales que elogiaban desmesuradamente a la institución y la Feria
Internacional del Libro, con el fin de sostener la hegemonía del líder ilegítimo.
Difícil de comprender y asimilar también fue la actitud de Gabriel
García Márquez y Carlos Fuentes al apoyar incondicionalmente a quienes depredan
con los limitados recursos de la universidad pública. Posición cimentada en la
falsa premisa de que su posición de izquierda legitima cualquier desviación
presupuestal e ideológica. Cuyo origen desvirtúa a su vez moralmente el concepto
de solidaridad social.
No se debe ignorar la actitud y conducta de los personajes que disponen
del dinero público para invertirlo en asuntos no claros ni honestos. Si los
dineros están destinados para la educación superior y se invierten en
promociones de empresas que ya de por si obtienen ganancias estratosféricas en
mercados controlados como el de la educación, es una inmoralidad.
No debe minimizarse tampoco la conducta de los gobiernos de distintos
signos partidistas, que disponen de los recursos públicos para entregarlos a
las inescrupulosas manos de la Feria del Libro, como los gobiernos federal, estatal
y municipales, a cambio de ser participes de un festival comercial ajeno al beneficio
social, vestido de cultura.
La falta de claridad en la aplicación de los recursos lleva la sospecha
fundada del mal uso de ellos, además de
desvirtuar la función universitaria y deteriorar la imagen de una institución
que no lo merece. La Feria Internacional del Libro debiera ser eso, una feria
en la que la participación de las empresas editoriales se diera sin
paternalismos presupuestales. En la que los lectores disfrutasen sin la sensación de que participan de un fraude en el que el perdedor es el
ciudadano jalisciense, que sacrifica sus propios recursos públicos en especial de
la educación superior, en beneficio del boato y los negocios mercantiles.