Goethe,
ya de estudiante, había tenido la primera idea de Fausto, acabado un año antes
de su muerte. Fausto, viejo lector desengañado de su sabiduría, solo quiere
morir, desistiendo del suicidio al oír las campanas que anuncian la Pascua de
Resurrección. Al atardecer, en el paseo se le presenta, en forma de perro,
Mefistófeles –a quien por el prólogo sabemos que el Señor concedió permiso para
seducir al doctor--, que le sigue y, ya como hombre, penetra con él en su casa,
y le ofrece un pacto que Fausto acepta, por el cual volverá a ser joven y a
conocer el amor. El renovado Fausto encuentra a Margarita, joven e inocente, a
la que enamora y logra engañar, pero ésta al final, se resiste animada por una
inspiración divina, negándose a seguirle ya más, y mientras Mefistófeles
arrastra a Fausto.
Juan
Wolfgang Goethe, una de las cumbres de la literatura universal y el más grande
poeta alemán, nació en Francfort del Meno, en el seno de una familia de la
burguesía el 28 de agosto de 1749. Decide estudiar abogacía y se traslada a Leipzig
en 1756, donde conoce y absorbe la poesía popular y comienza a rendir culto a
Homero y Shakeaspeare. Ahí inicia también su agitada vida amorosa, que luego
reflejará en sus obras. Murió en Weimar el 22 de marzo de 1832. Niño y
adolescente genial, su primer libro, Werther, le encumbra prodigiosamente entre
sus contemporáneos, perdurando a través del tiempo esta novela del eterno y
triste primer amor del hombre, nos dice Ettore Pierri, su biógrafo y crítico.
Personajes
ilustres y delicadas mujeres le admiran y le protegen, ocupando cargos
importantes desde muy joven y concediéndole el príncipe gobernante la dirección
del teatro, puesto desde donde llevó a cabo fantasiosos proyectos, desde la
creación de originales ballets a la exhumación de las tragedias antiguas.
Artífice de su propia vida como de su obra, Goethe viaja y conoce a los hombres
más descollantes de su época, siendo célebre su entrevista con Napoleón. Sus
contemporáneos lo llamaban el rey de los espíritus.
El
gran acontecimiento histórico de los años en que el poeta alemán escribe el
primer borrador del Fausto, es, sin duda, la Revolución Francesa. La inquietud
por referirse a la realidad de su época, es producto del agitado momento político
que vive Europa, con el desplazamiento de la hegemonía mundial de España a
Francia, el inicio del proceso que consolidaría el imperio alemán, la crisis de
la concepción del Estado, la revaloración crítica de las relaciones y
estructuras sociales y económicas, entre otros.
La
propuesta de un nuevo orden político y social, dirigida a trastocar los
esquemas heredados de la Baja Edad Media, las demandas de transformación de las
monarquías absolutas en monarquías constitucionales y la exigencia de que sean derogados
los privilegios de los nobles y el clero, pautan ese proceso.
Hay
en Goethe, como en los franceses, una marcada inquietud por todo lo humano, por
abarcar y desempeñar minuciosamente, a veces dolorosamente, siempre con
angustia, todo aquello que tiene que ver con el hombre y su circunstancia. Por
otra parte, sus obras sobre la Revolución Francesa, constituyen más allá de su
estricto contenido ideológico, el testimonio de un hombre que supo ser como
escritor un apasionado testigo de su época, como lo fue buena parte del mejor
clasicismo francés.
Escritor
polifacético, autor de dramas, comedias, poemas filosóficos, ensayos, obras
pastoriles y novelas, dejó una extensa producción que refleja claramente los
centros fundamentales de su criterio creativo: rompe a veces con las formas
convencionales, se refugia en una lírica apasionada, abreva en el folclore y en
las tradiciones populares, recurre al análisis autobiográfico puesto que busca obsesivamente
el amor de las mujeres jóvenes (Fausto), convoca la melancolía y el
romanticismo o canaliza literariamente sus sensaciones personales.
Modern
lo describió así: “En Goethe encontramos al intérprete de su época, al clásico
anheloso de la medida helénica y al romántico pletórico de sentimientos y
ansias de infinito, la impaciencia juvenil y la experiencia fecunda de los
años, el amor al mundo de las cosas y el cultivo de toda la gama emocional, la
compenetración con la naturaleza y el ejercicio de la cortesanía más exquisita,
la afirmación de una cultura superior y el reconocimiento de un mundo
demoníaco, la capacidad de ser uno mismo y la adaptación a las circunstancias,
el goce de los sentidos y del intelecto puro, la mirada comprensiva hacia el
pasado y la predicción de un futuro hecho presente, la meditación gustosa y su
transmutación en obra, la aptitud del hombre de ciencia y la actitud más lírica,
la presencia de lo particular y la vivencia de lo universal”.
Fausto
es una tragedia dividida en dos partes. La primera se terminó de escribir en
1808 y la segunda en 1831. El protagonista de la obra, fue un personaje real.
Nació en Rod, cerca de Weimar, en 1480, y se doctoró de teología en la
Universidad de Wittemberg. Su vida, preñada de hechos curiosos e inexplicables,
inspiró una leyenda a partir de la cual se escribió un libro anónimo (El libro
de Fausto), publicado en 1587 por el impresor Spies. Ahí se presenta como un
famoso mago y maestro en el arte tenebroso, que se vendió al diablo.
Este
libro obtuvo un gran éxito popular, fue traducido al inglés e inspiró a
Cristobal Marlowe (1563-1593), maestro de Shakespeare, un drama que tituló
Fausto y que compuso en base a la leyenda. Años después Goethe, admirador de Marlowe
y de Shakespeare, a quienes no había tenido reparo en imitar puntillosamente,
tomó el libro de Marlowe como punto de partida para su recreación de la
leyenda.
En
buena medida, Fausto refleja el curso de la vida del propio Goethe. La primera
parte de la tragedia, vigorosa, fuerte, colorida, muestra un Fausto preocupado
especialmente por saciar sus sentidos y aspiraciones terrenales, que incluyen
el saber total, y seducido por el demonio, que le promete riquezas, juventud y
poder. La propia estructura de esta parte, dinámica y vertiginosa, alude a la
impaciencia juvenil de Goethe quien, también como Fausto, buscó agitado,
inquieto, en la primera etapa de su vida, saciar sus aspiraciones y sentidos
terrenales.
En
la segunda parte Goethe, más viejo, más sabio y menos crédulo, da forma a una
tragedia densa, lenta y reflexiva, como fue la última etapa de su vida. Aquí la
referencia autobiográfica trasciende el caso particular del autor y se hace más
amplia y totalizadora. El simbolismo no alude ahora sólo a Goethe: apunta
también hacia todos los hombres, a la humanidad en su conjunto.
Si
bien ni Margarita ni Elena constituyeron para Fausto el amor que podía
salvarlo, dándole la gracia eterna, ambas y la Madre de Dios, convocada a
través de las potestades celestiales en los instantes finales del drama,
constituyen ese Eterno Femenino al que hace referencia el fin de la tragedia y
toca finalmente el alma de Fausto concediéndole la gracia perpetua. Así Fausto
se salva en un final que no está exento de contradicciones, de misterio y de poesía, como la vida del hombre.
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