Nacido en Lübeck (Alemania),
y muerto en Zurich (Suiza), en 1955, Thomas Mann es uno de los escritores
insignes de la literatura universal. Se le concedió el Premio Nobel de
Literatura 1929. Su oposición al nazismo lo obligó a huir, en 1938, a Estados
Unidos. “Los Buddenbrook” y el “Doctor Faustus, son auténticos monumentos
literarios que le aseguraron la inmortalidad.
En la Montaña Mágica, su
novela más conocida, nos presenta la historia de Hans Castorp y en el relato concurren,
con amorosa armonía, el amor y la filosofía, la medicina, la moral y la
sociología, todo ello tratado con una delicadeza, un ritmo y una intensidad que
solo un gigante de las Letras podía sostener a lo largo de una obra maciza,
dilatada, piedra de toque de nuestra cultura.
En el año de 1911, el genial
escritor alemán Thomas Mann, acompañando a su esposa, que se hallaba enferma,
se estableció en Suiza, en un sanatorio de Davos. En contacto de todos los
enfermos que acuden de todas las naciones en busca de salud a aquellos famosos
sanatorios; ante el espectáculo grandioso de aquella naturaleza montañosa y
salvaje, amplia como el Tiempo, Thomas Mann concibió la primera idea de lo que
iba a ser más tarde una obra literaria genial, al nivel de las grandes
creaciones de todas las literaturas: el “Zauberberg” (“La Montaña Mágica”).
La gestación de este gran
libro, copioso en ideas y lecturas, fue lenta, nos dice Mario Verdaguer. El
autor comenzó a escribirlo en 1911 y lo terminó en 1923. Doce tenaces años de
trabajo y meditación empleó para esta obra monumental, representativa de su
tiempo. La idea primitiva del autor alemán, fue la de escribir la réplica a “La
muerte en Venecia”, hacer una obra cuyo tema fuese la seducción de la muerte y
la enfermedad; pero esa primitiva concepción fue ampliándose durante los doce
años de trabajo, las meditaciones del escritor fueron extendiéndose por todo el
mundo contemporáneo, y los problemas que la Gran Guerra hizo virulentos y
palpitantes se condensaron en torno a la primitiva idea.
La obra fue adquiriendo las
proporciones de un inmenso aerolito, sometido en su órbita a
las fuerzas que rigen la gravitación de la tenebrosa época de inicio del siglo
veinte. El genio alemán, después de Goethe, no ha llegado a producir nada
semejante en profundidad y magnitud. Pero la gran virtud del “Zauberberg” está
más bien en su alcance internacional, en su visión amplia por encima de todas
las fronteras, en ser no una novela de una determinada nación o de una raza,
sino la novela del mundo, de este mundo contemporáneo, turbio y grandioso,
hasta cuyo corazón, lleno de misterios, hasta cuya masa interior resquebrajada,
que parece anunciar un gran cataclismo cósmico, ningún hombre ha podido hundir
su mirada ni penetrar su secreto.
Patrimonio de los genios es
hundir la antorcha luminosa del pensamiento en el misterio tenebroso del
porvenir y meter un poco de luz dentro de la impenetrable sombra. Tal es la
capital virtud de esta novela de Thomas Mann, cuyas bellezas de forma, de
pensamiento y de imágenes formarían ya, de por sí solas, una obra literaria
magnifica.
Hay en la “Montaña Mágica”
una original y virulenta declaración de amor, que se ha hecho famosa por su
enorme fuerza fisiológica, y su estupenda originalidad, dirigida por el
protagonista del libro a un tipo magnífico de mujer que simboliza, tal vez, la
belleza inmortal de la materia orgánica. Esa mujer contesta a esta declaración
con unas palabras concisas: “Sabes solicitar profundamente, a la alemana.”
Estas palabras condensan el espíritu de “La Montaña Mágica”. Thomas Mann
solicita profundamente, a la alemana, a sus lectores, los va envolviendo
lentamente en el sortilegio de sus palabras y sus sentimientos, y esto que al
principio del libro puede turbar y desconcertar tal vez al lector,
especialmente si posee la vivacidad y la imaginación como ese personaje
maravilloso del “Zauberberg”, símbolo de la latinidad, que se llama
Zettembrini, acaba por ser el atractivo mayor, la fuerza oculta más grande que
posee “La Montaña Mágica” y esa manera profunda de solicitar “a la alemana” acaba por arrebatarnos y sumirnos en ese mundo
hechizado y preñado de porvenir que Thomas Mann ha sabido crear en su obra
maestra.
El “Zauberberg” en la
versión alemana original contiene un capítulo escrito casi totalmente en lengua
francesa, y, dispersas por el libro, numerosas frases en italiano , lo que le
acaba de dar a la obra un sentido material de internacionalidad.
En una de las recurrentes
discusiones entre los enfermos el italiano humanista Settembrini pronunció muy
cerca de Hans Castorp ”Con el cuerpo
ocurre lo mismo. Es necesario honrarle y defenderle cuando se trata de la
emancipación y de su belleza, de la libertad de los sentidos, y de la felicidad
del placer. Es preciso despreciarlo cuando se opone al movimiento hacia la luz
como principio de gravedad y de inercia, rechazarlo en cuanto representa el
principio de la enfermedad y de la muerte, tanto más cuanto que su espíritu
específico es el espíritu de la perversidad, el espíritu de la descomposición,
de la voluptuosidad y de la vergüenza”.
El tratamiento de los temas
es verdaderamente acucioso y enciclopédico, dedica páginas enteras al tratado
de medicina, como al hablar de vinos, o bien encontramos teorías
filosóficas, música con ecos de su contemporáneo
Gustav Mahler, religión y teología, nada escapa a su conocimiento enciclopédico.
Es este hombre de origen judío Thomas Mann erudito y culto en exceso,
pero sobre todo minucioso en el desarrollo de sus ideas y sus temas para
redondear su obra cuyo mayor mérito sea quizá el conocimiento del alma humana.
Por otro lado la obra nos
trasmite la intensidad y la angustia que se genera como prolegómeno de la Gran
Guerra y de la primera mitad del siglo veinte, de la Primera Guerra, que sin
resolverse lleva a una segunda destrucción humana. Una época
que al llevar a las sociedades a su máxima expresión de violencia y tensión, genera
una de las épocas más ricas de la literatura.
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