Desde mis ojos insomnes
mi
muerte me está acechando
me acecha, sí, me enamora
con su ojo lánguido.
¡Anda,
putilla del rubor helado,
anda, vámonos al diablo!
“Muerte
sin fin”
En
El Laberinto de la Soledad de Octavio Paz el poema “Muerte Sin Fin” de José
Gorostiza es el eje principal sobre el que construye su tesis, los otros dos pilares
del entramado de la personalidad del mexicano, son la obra de José Guadalupe
Posadas que tiene a la muerte como protagonista y el ensayo “El Perfil del
hombre y la cultura en México” de Samuel Ramos.
El
autor de Muerte sin fin, por su parte, afirma en sus “Notas sobre poesía”, que: “….el
poeta no puede, sin ceder su puesto al filósofo, aplicar todo el rigor del
pensamiento al análisis de la poesía. El simplemente la conoce y la ama. Sabe
en donde está y de donde se ha ausentado. En un como andar de a ciegas, la
persigue. La reconoce en cada una de sus fugaces apariciones y la captura por
fin, a veces, en una red de palabras
luminosas, exactas, palpitantes.”
Al referirse
a la poética nos dice Gorostiza que le gusta pensar en la poesía no como en un
suceso que ocurre dentro del hombre y es inherente a él, a su naturaleza
humana, sino más bien como en algo que tuviese una existencia propia en el
mundo exterior. De esa manera la contempla a sus anchas fuera de él, como se
mira mejor el cielo desde la falsa pero admirable hipótesis de que la tierra
está suspendida en él, en medio de la noche. La verdad, para los ojos, está en
el universo que gira en derredor. Para el poeta, la poesía existe por su sola
virtud y está ahí, en todas partes, al alcance de todas las miradas que la
quieran ver.
La
substancia poética cree que la deriva tal vez de nociones teológicas aprendidas
en la temprana juventud, que sería omnipresente, y podría encontrarse en
cualquier rincón del tiempo y del espacio, porque se halla más bien oculta que
manifiesta en el objeto que habita. La reconoce por la emoción singular que su
descubrimiento produce y que le señala, como en el encuentro de Orestes y
Electra, la conjunción de poeta y fantasía.
En
su propia poesía como en la ajena, ha creído sentir que la poesía, al penetrar
en la palabra; la descompone, la abre como un capullo a todos los matices de la
significación. Bajo el conjuro poético la palabra se transparenta y deja
entrever, más allá de sus paredes así adelgazadas, ya no lo que dice, sino lo
que calla. Nota que tiene puertas y ventanas hacia los cuatro horizontes del
entendimiento y que, entre palabra y palabra, hay corredores secretos y puentes
levadizos. Transita entonces, dentro de él, hacia inmundos calabozos y elevadas
aéreas galerías que no conocía en su propio castillo. La poesía ha sacado a la
luz la inmensidad de los mundos que encierra su mundo.
Para
él “….la poesía es una especulación, un juego de espejos, en el que las
palabras, puestas unas frente a otras, se reflejan unas en otras hasta lo
infinito y se recomponen en un mundo de puras imágenes donde el poeta se adueña
de los poderes escondidos del hombre y establece contacto con aquel o aquello
que está más allá.”
Manifiesta
duda sobre si la poesía fue popular en otros tiempos, cuando el aeda cantaba
las hazañas de los héroes en el banquete y Ulises se conmovía hasta las lágrimas
oyendo relatar sus propios infortunios. La gente que se reunía en torno a la
mesa era sin lugar a duda gente de abolengo, que debió tener una
responsabilidad principal en el culto a la poesía, puesto que ésta era compendio
de las tradiciones históricas y religiosas del pueblo y almáciga de todo humano
saber.
De “Los
Contemporáneos” dice: “Los poetas de mi grupo –el “grupo sin grupo” que dijera
Javier Villaurrutia—nos complacíamos en reconocernos individualmente distintos
de cada uno de los demás y, en conjunto, algo así como extraños a la generación
que nos había precedido.” El grupo había nacido para la poesía bajo el signo
gigante del Modernismo.
En
otro momento Gorostiza insiste en que la
diferencia entre prosa y poesía consiste en que, mientras una no pide al lector
sino que le preste sus ojos, la otra necesita de toda necesidad que le entregue
su voz. Cada poeta tiene un estilo personal para “decir” sus poesías. Éste las
canta, aquél las reza, otro las musita, uno más las solloza. Nadie se confina
solamente a leer. Encomendad a quien queráis que diga un poema. En el acto
impostará la voz a la tesitura del canto y a continuación el verso saldrá
vibrando de su garganta, con un temblor de vida que sólo la voz le puede
infundir; porque ocurre que así como Venus nace de la espuma, la poesía nace de
la voz.
Hay
indudablemente una variedad de procedimientos que no es fácil reconocer, pero
dos o tres de ellos saltan desde luego a la vista. En el primero, que se podría
llamar desarrollo plástico, el poema crece como un cuadro en el sentido de la
superficie que ha de llenar. Tiene un plano anterior, luminoso e incisivo, y
tiene un fondo de escalonadas perspectivas en donde se esfuman los motivos accesorios.
El poema suele tener también un desarrollo dinámico. Puesto en marcha, avanza o
asciende en un continuo progreso, estalla en un clímax y se precipita
rápidamente hacia su terminación.
Tenemos, por último, un poema en que no se nota el crecimiento. De la
primera a la última línea crece y va tomando cuerpo insensiblemente como en el
desarrollo de un ser vivo. La historia de la poesía sugiere la imagen de una
corriente, un río cuyas ondas emergen al empuje de la masa de agua que las
hunde, en seguida en la disolución.
De
la belleza formal de Muerte sin Fin se ha dicho “está formulada una profunda
angustia metafísica: racionalmente no hay esperanza. El movimiento es circular,
estéril, repetitivo… todo el proceso es un retorno a la verdadera muerte, la
nada absoluta; la muerte sin fin es la verdadera vida”. Para Octavio Paz “los extremos que presiden
esta obra transparente y vertiginosa son Parménides y Heráclito.” Conjuga este
poema problemas que sólo de vez en cuando aborda la poesía de cualquier lengua,
y demuestra que la inteligencia no está reñida con la poesía. La crítica la considera
como uno de los poemas más importantes que se han escrito en México.
José
Gorostiza (1901-1973) nació en Villahermosa Tabasco, más no existe en él ese
torrente de colores, música y palabras de otros poetas del trópico. Se ha dicho
que Gorostiza es más bien un poeta de la meseta –dura, cristalina, seca--, y,
como condicionada por ésta, su producción literaria es reducida. Ermilo Abreu
Gómez lo describe así: “José es de cuerpo mediano, de cara delgada, pálida, de
facciones regulares. Habla con lentitud, como sopesando las ideas. Le agrada la
conversación recatada, la charla discreta cerca del fuego, o junto a la mesa de
café… José me da la impresión de que escribe sin prisa. La obra que compone la
va elaborando, con lentitud de árbol, en su espíritu. Cuando se pone a escribir
es porque el poema ha superado todas las dificultades que tiene que vencer.”
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