sábado, 12 de enero de 2013

JOSE GOROSTIZA Y EL OFICIO DE POETA


                                                                       
                                                                    

                                                                         Desde mis ojos insomnes
                                                                                mi muerte me está acechando
                                                                            me acecha, sí, me enamora
                                                              con su ojo lánguido.
                                                                                 ¡Anda, putilla del rubor helado,
                                                                         anda, vámonos al diablo!
“Muerte sin fin”





En El Laberinto de la Soledad de Octavio Paz el poema “Muerte Sin Fin” de José Gorostiza es el eje principal sobre el que construye su tesis, los otros dos pilares del entramado de la personalidad del mexicano, son la obra de José Guadalupe Posadas que tiene a la muerte como protagonista y el ensayo “El Perfil del hombre y la cultura en México” de Samuel Ramos.

El autor de Muerte sin fin, por su parte, afirma en sus “Notas sobre poesía”, que: “….el poeta no puede, sin ceder su puesto al filósofo, aplicar todo el rigor del pensamiento al análisis de la poesía. El simplemente la conoce y la ama. Sabe en donde está y de donde se ha ausentado. En un como andar de a ciegas, la persigue. La reconoce en cada una de sus fugaces apariciones y la captura por fin, a veces, en  una red de palabras luminosas, exactas, palpitantes.”

Al referirse a la poética nos dice Gorostiza que le gusta pensar en la poesía no como en un suceso que ocurre dentro del hombre y es inherente a él, a su naturaleza humana, sino más bien como en algo que tuviese una existencia propia en el mundo exterior. De esa manera la contempla a sus anchas fuera de él, como se mira mejor el cielo desde la falsa pero admirable hipótesis de que la tierra está suspendida en él, en medio de la noche. La verdad, para los ojos, está en el universo que gira en derredor. Para el poeta, la poesía existe por su sola virtud y está ahí, en todas partes, al alcance de todas las miradas que la quieran ver.

La substancia poética cree que la deriva tal vez de nociones teológicas aprendidas en la temprana juventud, que sería omnipresente, y podría encontrarse en cualquier rincón del tiempo y del espacio, porque se halla más bien oculta que manifiesta en el objeto que habita. La reconoce por la emoción singular que su descubrimiento produce y que le señala, como en el encuentro de Orestes y Electra, la conjunción de poeta y fantasía.

En su propia poesía como en la ajena, ha creído sentir que la poesía, al penetrar en la palabra; la descompone, la abre como un capullo a todos los matices de la significación. Bajo el conjuro poético la palabra se transparenta y deja entrever, más allá de sus paredes así adelgazadas, ya no lo que dice, sino lo que calla. Nota que tiene puertas y ventanas hacia los cuatro horizontes del entendimiento y que, entre palabra y palabra, hay corredores secretos y puentes levadizos. Transita entonces, dentro de él, hacia inmundos calabozos y elevadas aéreas galerías que no conocía en su propio castillo. La poesía ha sacado a la luz la inmensidad de los mundos que encierra su mundo.

Para él “….la poesía es una especulación, un juego de espejos, en el que las palabras, puestas unas frente a otras, se reflejan unas en otras hasta lo infinito y se recomponen en un mundo de puras imágenes donde el poeta se adueña de los poderes escondidos del hombre y establece contacto con aquel o aquello que está más allá.”

Manifiesta duda sobre si la poesía fue popular en otros tiempos, cuando el aeda cantaba las hazañas de los héroes en el banquete y Ulises se conmovía hasta las lágrimas oyendo relatar sus propios infortunios. La gente que se reunía en torno a la mesa era sin lugar a duda gente de abolengo, que debió tener una responsabilidad principal en el culto a la poesía, puesto que ésta era compendio de las tradiciones históricas y religiosas del pueblo y almáciga de todo humano saber.

De “Los Contemporáneos” dice: “Los poetas de mi grupo –el “grupo sin grupo” que dijera Javier Villaurrutia—nos complacíamos en reconocernos individualmente distintos de cada uno de los demás y, en conjunto, algo así como extraños a la generación que nos había precedido.” El grupo había nacido para la poesía bajo el signo gigante del Modernismo.

En otro momento Gorostiza insiste  en que la diferencia entre prosa y poesía consiste en que, mientras una no pide al lector sino que le preste sus ojos, la otra necesita de toda necesidad que le entregue su voz. Cada poeta tiene un estilo personal para “decir” sus poesías. Éste las canta, aquél las reza, otro las musita, uno más las solloza. Nadie se confina solamente a leer. Encomendad a quien queráis que diga un poema. En el acto impostará la voz a la tesitura del canto y a continuación el verso saldrá vibrando de su garganta, con un temblor de vida que sólo la voz le puede infundir; porque ocurre que así como Venus nace de la espuma, la poesía nace de la voz.

Hay indudablemente una variedad de procedimientos que no es fácil reconocer, pero dos o tres de ellos saltan desde luego a la vista. En el primero, que se podría llamar desarrollo plástico, el poema crece como un cuadro en el sentido de la superficie que ha de llenar. Tiene un plano anterior, luminoso e incisivo, y tiene un fondo de escalonadas perspectivas en donde se esfuman los motivos accesorios. El poema suele tener también un desarrollo dinámico. Puesto en marcha, avanza o asciende en un continuo progreso, estalla en un clímax y se precipita rápidamente hacia su terminación.  Tenemos, por último, un poema en que no se nota el crecimiento. De la primera a la última línea crece y va tomando cuerpo insensiblemente como en el desarrollo de un ser vivo. La historia de la poesía sugiere la imagen de una corriente, un río cuyas ondas emergen al empuje de la masa de agua que las hunde, en seguida en la disolución.

De la belleza formal de Muerte sin Fin se ha dicho “está formulada una profunda angustia metafísica: racionalmente no hay esperanza. El movimiento es circular, estéril, repetitivo… todo el proceso es un retorno a la verdadera muerte, la nada absoluta; la muerte sin fin es la verdadera vida”.  Para Octavio Paz “los extremos que presiden esta obra transparente y vertiginosa son Parménides y Heráclito.” Conjuga este poema problemas que sólo de vez en cuando aborda la poesía de cualquier lengua, y demuestra que la inteligencia no está reñida con la poesía. La crítica la considera como uno de los poemas más importantes que se han escrito en México.

José Gorostiza (1901-1973) nació en Villahermosa Tabasco, más no existe en él ese torrente de colores, música y palabras de otros poetas del trópico. Se ha dicho que Gorostiza es más bien un poeta de la meseta –dura, cristalina, seca--, y, como condicionada por ésta, su producción literaria es reducida. Ermilo Abreu Gómez lo describe así: “José es de cuerpo mediano, de cara delgada, pálida, de facciones regulares. Habla con lentitud, como sopesando las ideas. Le agrada la conversación recatada, la charla discreta cerca del fuego, o junto a la mesa de café… José me da la impresión de que escribe sin prisa. La obra que compone la va elaborando, con lentitud de árbol, en su espíritu. Cuando se pone a escribir es porque el poema ha superado todas las dificultades que tiene que vencer.”


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