viernes, 4 de enero de 2013

CARLOS CASTANEDA APRENDIZ DE BRUJO







“Durante el verano de 1960, siendo estudiante de antropología en la Universidad de California, Los Ángeles hice varios viajes al suroeste de Estados Unidos para recabar información sobre las plantas medicinales de los  indios de la zona.” Así inicia la apasionante narración de Carlos Castaneda sobre las experiencias vividas en el mundo de los chamanes y que describe en su obra “Las enseñanzas de don Juan. Una forma yaqui de conocimiento.”

Al adentrarnos en su narración nos dice que terminó en un campo que era tierra de nadie. No era tema de la antropología o la sociología, la filosofía o la religión. Había seguido las reglas y las configuraciones propias del fenómeno, pero no había tenido la capacidad de salir a la superficie en un lugar seguro. En consecuencia, arriesgó su esfuerzo total al caerse de las escalas académicas apropiadas, las que miden su valor o la carencia de él.

Cuando describe sus vivencias nos dice que don Juan usó, por separado y en distintas ocasiones, tres plantas alucinógenas: el peyote (Lophophora williamsii), el toloache (Datura inoxia syn.D. meteloides) y un hongo (posiblemente Psilocybe mexicana). Relacionaba la Datura inoxia y la Psilocybe mexicana con la adquisición de poder, un poder que él llamaba un “aliado”. Relacionaba  el uso de la Lophophora williamsii con la adquisición de sabiduría, o conocimientos de la buena manera de vivir.

Al precisar el carácter de su mentor, Castaneda expresa que para el hombre occidental sólo existe la cognición como un grupo de procesos generales. Para los videntes como don Juan existe la cognición del hombre moderno y la de los chamanes del México antiguo. Don Juan consideraba a estos dos como mundos enteros de la vida cotidiana, que eran intrínsecamente distintos el uno del otro.

En otro momento nos dice que para don Juan los hechos energéticos eran las conclusiones a las que él y los otros chamanes de su linaje llegaron al involucrarse en una función que llamaban ver: el acto de percibir energía directamente como fluye en el universo. La capacidad de percibir energía de esta manera es uno de los puntos culminantes del chamanismo.

Por su parte Octavio Paz al prologar el primer libro de Castaneda, “Las enseñanzas de don Juan”, nos dice: “El primero de esos enigmas –de los libros de Castaneda—se refiere a su naturaleza: ¿antropología o ficción literaria? Se dirá que mi pregunta es ociosa: documento antropológico o ficción, el significado de la obra es el mismo. La ficción literaria es ya un documento etnográfico y el documento, como sus críticos más encarnizados lo reconocen, posee indudable valor literario. …Si los libros de Castaneda son una obra de ficción literaria, lo son de una manera muy extraña: su tema es la derrota de la antropología y la victoria de la magia; si son obras de antropología, su tema no puede ser lo menos: la venganza del “objeto” antropológico (un brujo) sobre el antropólogo hasta convertirlo en un hechicero. …En la relación inicial, el antropólogo quiere conocer al otro; en la segunda, el neófito quiere convertirse en otro.”

“La conversión es doble: --insiste Paz-- la del antropólogo en brujo y la de la antropología en otro conocimiento. Como relato de su conversión, los libros de Castaneda colindan en un extremo con la etnografía y en otro con la fenomenología, más que de la religión, de la experiencia que he llamado de la otredad. Esta experiencia se expresa en la magia, la religión y la poesía, pero no solo en ellas: desde el paleolítico  hasta nuestros días es parte central de la vida de los hombres y mujeres. Es una experiencia constitutiva del hombre, como el trabajo y el lenguaje. Abarca del juego infantil al encuentro erótico, y del saberse solo en el mundo a sentirse parte del mundo. Es un desprendimiento del yo que somos (o creemos ser) hacia el otro que también somos y que siempre es distinto de nosotros.”

Uno de los méritos de la obra de Castaneda es el equilibrio que establece entre las distintas aristas que coinciden en el vértice. Incide por un lado el conocimiento del antropólogo de un fenómeno humano y por consiguiente antropológico, otro es la experiencia y conocimiento que asimila el aprendiz de chamán y un tercero y no menos importante es el elemento poético subyacente en la obra.

El prologuista al continuar su análisis, nos hace saber que la obra de Castaneda roza las fronteras de la filosofía y la religión. Las de la filosofía porque nos propone, después de la crítica de la realidad, otro conocimiento, no científico y el de la religión porque exige un cambio de naturaleza en el iniciado, una conversión. El otro conocimiento abre las puertas de otra realidad. La ambigüedad de los significados se despliega en el centro de la experiencia de Castaneda. De esa manera los libros son la crónica de una conversión, el relato de un despertar y al mismo tiempo el redescubrimiento de un saber despreciado por Occidente y la ciencia contemporánea. Por otro lado el tema del saber está ligado al del poder, el hombre que sabe (el brujo), es el hombre de poder (el guerrero).

El brujo puede ver la otra realidad porque la ve con otros ojos. Castaneda ha penetrado en una tradición cerrada, una sociedad subterránea y que coexiste, aunque no convive, con la sociedad moderna mexicana. Una tradición en vías de extinción, la de los brujos, herederos de los sacerdotes y chamanes precolombinos. En las ideas de don Juan sobre la naturaleza aparece continuamente el tema del doble animal, el nahual, cardinal en las creencias precolombinas, al lado de conceptos de origen cristiano. Sin embargo, es aventurado afirmar que se trata de un sincretismo en el que tanto el fondo como las prácticas son esencialmente precolombinas. La visión de don Juan es la de una civilización oprimida por el cristianismo y por las sucesivas ideologías. Es la visión de un vencido indomable. Las ideologías por las que nos matamos desde la Independencia han durado poco, las creencias de él han perdurado en la vida de los indios desde hace varios miles de años.

El etnocentrismo de los misioneros era religioso, el de los antropólogos es progresista y nacionalista. Esto limita su comprensión de ciertas formas de vida. Para los misioneros creencias y prácticas religiosas de los indios son algo endemoniadamente serio, para los antropólogos aberraciones o errores, productos culturales que hay que clasificar como curiosidades y monstruosidades.

Podríamos decir entonces que la acción de los alucinógenos es doble, son una crítica de la realidad y una propuesta de otra realidad. El mundo que vemos, sentimos y pensamos aparece distorsionado. Sobre sus ruinas se eleva otro mundo, horrible o hermoso, pero fascinante. La visión de la otra realidad reposa sobre las ruinas de ésta. La  visión se apoya en un escepticismo que nos hace dudar de la existencia de este mundo que vemos, oímos y tocamos.

“La antropología llevó a Castaneda a la hechicería y ésta a la visión unitaria del mundo: a la contemplación de la otredad en el mundo de todos los días. Los brujos no le enseñaron el secreto de la inmortalidad ni le dieron la receta de la dicha eterna: le devolvieron la vista. Le abrieron las puertas de la otra vida. Pero la otra vida está aquí. Si, allá está aquí, la otra realidad es el mundo de todos los días. En el centro de este mundo de todos los días centellea, como el vidrio roto entre el polvo y la basura del patio trasero de la casa, la revelación del mundo de allá. ¿Qué revelación? No hay nada que ver; nada que decir: todo es alusión, seña secreta; estamos en una de las esquinas del cuarto de los ecos, todo nos hace signos y todo se calla y oculta. No, no hay nada que decir.”  Concluye Octavio Paz de un autor y su obra, con impresionante éxito editorial desde su primera publicación.  

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