sábado, 12 de febrero de 2011

EL VISIR DE HARUNU-R-RASCHID




Una de las historias más fascinantes de las Mil y Una Noches, que por lo demás es de personajes históricos, es la de los Barmeki. Una poderosa familia de abolengo iranio, que contó tres generaciones de visires y llegó a ser tan poderosa que Harunu-r-Raschid, quinto Jalifa de los Abasies, acabó por sentirse amenazado y decretó el exterminio de todos sus miembros.



Chafar-ben- Yahaya, el último de esos barmekies, fue siempre tildado de idólatra, lo que en lenguaje político significaba separatista. Su casa de Bagdad era centro de reunión y tribuna para toda suerte de librepensadores y en ella se expresaban las opiniones más audaces y opuestas a la tradición ortodoxa.



Se le consideraba a Chafar el caudillo de las causas nacionales de los persas y posible candidato al trono de Raschid, razones suficientes para que el Jalifa mandara exterminar en una noche a su gran visir y a todos sus consanguíneos, entre ellos los hijos de su hermana. Todo el fermento nacionalista de los persas se mantenía latente, alimentado en la fe de los abuelos, adoradores del fuego zoroástrico, desde la invasión de Persia por los árabes.



Los persas, es una raza como la judía calumniada por los compiladores árabes de las Mil y Una Noches y sin embargo en el trasfondo de la narración aparece su alma como el origen de muchas de sus historias, como afirma R. Cansinos Assens. La mayoría de los persas optaron por el exilio antes que la conversión y emigraron en verdadero éxodo, primero a la provincia de Kohistán, y luego, hostigados por sus perseguidores árabes, como los israelitas por los egipcios, se trasladaron, costeando el golfo Pérsico, a Ormuz, hasta que, no sintiéndose ahí tampoco seguros, resolvieron expatriarse y penetraron en la India, donde el Rachá de Guzarate, dando muestras de comprensión y tolerancia, les permitió establecerse y practicar libremente sus ritos zoroástricos.



Esos persas expatriados voluntariamente, viven todavía al cabo de los siglos en esa India hospitalaria que los acogió, donde son conocidos con el nombre de parsis, conservando su lengua y su fe nacionalista, que les sirven de lazo con sus hermanos que quedaron en Persia. No hay que olvidar que esa raza provino originalmente, como los gitanos y los arios, del norte de la India a las tierras de Irán.



Los persas inspiraban en los árabes un complejo de amor resentido y nunca estuvieron seguros de la sinceridad de la conversión forzosa al Islam. El pueblo iranio que contaba con una historia y tradición antiquísima, era difícil de creer se aviniese de buen grado a renunciar a su lengua pehlevi y a su religión, para hablar árabe y adorar al Dios único de los desiertos.



Debilitado en el siglo IX el poder temporal y espiritual de los jalifas, se emanciparon paulatinamente las antiguas satrapías y Persia se fraccionó en principados, cuyas cortes rivalizaban en esplendor con la de Bagdad. Se hablaba el persa y se rimaban poesías como el Sha Bamáh o Libro del Rey, del gran Firdusi, cantor de las antiguas glorias iranias, el Virgilio persa que tuvo por Augusto al sultán de Gasna, Mahmud.



Sin embargo no todo es vejación para los persas en la gran obra árabe, muchos de los cuentos se escribieron probablemente sobre viejos argumentos iranios y por literatos persas arabizados, o al revés, de los que frecuentaban las cortes de los sultanes. Es frecuente que los rapsodas realcen el prestigio de sus protagonistas, haciéndolos descender de linaje de reyes persianos, del Jorazán o el Fasistán. Es muy significativo que ocurra en el caso de los personajes más tiernos y delicados de esas historias, como el de Ali-ben-Bekkar, el muerto de amor por Schemsu-n-Nehar, la bella favorita de Raschid.



La Persia es el fondo de donde los narradores árabes toman los títulos de nobleza con que realzan a sus personajes y la poesía con que los transfiguran, y en ello podemos ver un homenaje al abolengo iranio y a la milenaria cultura de un pueblo que en muchos sentidos les sirvió de maestro a los árabes conquistadores. “La literatura árabe se refina bajo el influjo de poetas como Hafiz, Nizami, Sadi y Chami, que trabajan su verbo con preciosismo y le infunden el alma sutil”, nos dice también Cansinos Assens. En esa atmósfera los escritores miliunanochescos sitúan sus más elaboradas fábulas y sus más delicadas criaturas.



Al referirse a los personajes sacrificados por el Macero de Harunu, el narrador de Las Mil y Una noches, hace exclamar al poeta de la corte, Abu-Nuas:

"¡Desde que el mundo os perdió,

gloriosos hijos de Barmek,

ya de viajeros desiertos los

caminos en la noche

están, y tampoco nadie en la

aurora los recorre!



Y continúa el poeta cantando:

“Al prestigio de los Beni-Barmek

se debe que el nombre y la gloria de

Harunu-r-Raschid se extendiera

desde las mesetas del Asia Central

hasta el fondo de las Nórdicas Selvas

y desde el Magreb y Al Andaluz

hasta los Lindes extremos del país

de Az-zin y de Tartar.”



Otros personajes del Jalifato de Harunu-r-Raschid son, Al Fazi, hermano de Chafar; Ishak músico El Mozul; Mesrur (eunuco), macero y verdugo y Yunus el letrado.



El Jalifa de Bagdad muere el año de 809 y así termina la historia de los Barmeki, que le dieron luz y fama. Raschid acabó sucumbiendo ante su formación y destino de déspota con quienes lo encumbraron. Y estos a su vez fueron inmortalizados por la palabra de Schahrasad, en la enorme obra de Las Mil y Una Noches.





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