Nos
dice Isabel Rodá de Llanza, Catedrática de Arqueología de la Universidad
Autónoma de Barcelona de los fenicios: “Navegantes intrépidos y comerciantes
audaces, en sus barcos viajaron la púrpura y el alfabeto, el hierro y los
dioses de Oriente. Sus proas hendieron los fríos mares del norte, en busca del
estaño, y conocieron las cálidas aguas de África, continente que, al parecer,
llegaron a rodear”
El
nombre de ese pueblo se pasea por la Biblia, el profeta Ezequiel dedica una
elegía a la fenicia Tiro, ubicada entre
los imperios hitita y egipcio. La construcción del Templo de Salomón en
Jerusalén, fue dirigida por fenicios, Jirán rey de Tiro envió los artistas y
las maderas de cedro y ciprés.
Líbano
es el país heredero de los fenicios del oriente próximo con límites con
Palestina, Siria y el mar Mediterráneo. Los santuarios fenicios y templos
romanos más antiguos están en Baalbek, Tiro y Biblos.
Hasta
los setenta el Líbano era el centro financiero conocido como la Suiza del
Oriente Próximo, hasta que fue destruido por la guerra civil de 1975 a 1990.
Predominan en el Líbano las religiones cristiana y musulmana.
A
partir de la Edad del Hierro, hacia 1,200 a.C., podemos hablar de los fenicios
y Fenicia. En las tierras que habitaron los cananeos perfilan su autonomía y se
refuerzan los contactos entre las ciudades fenicias, entre ellas: Biblos, Tiro,
Sidón, Ruad y Amrit, nos dice Rodá de Llanza. Los tres rasgos más importantes
de esa civilización son la navegación, el comercio y la difusión del alfabeto.
Al
parecer los análisis del material genético tomado en Líbano y Tunicia (donde
los fenicios de Tiro fundaron Cartago) indicarían que los libaneses actuales
descienden de los fenicios, y que estos, a su vez, descenderían de los
cananeos, que habitaban la región antes de la llegada de los Pueblos del Mar.
A
Tiro se debe la fundación de Cartago. Los orígenes históricos están ligados a
la huida de la princesa Elisa, quien, tras verse obligada a abandonar su
patria, se estableció en ese territorio. A Elisa Virgilio la convertiría en
Dido, personaje de quien se enamoró Eneas y luego abandonó, para seguir en
busca del lugar en que le ordenó Jupiter construyera la nueva Troya. Eneas se
había alejado de Dido, granjeándose su odio, porque los dioses lo habían
forzado a ello. Eneas hijo de Venus, trasmitiría su origen divino a su hijo
Ascanio o Iulo, que daría nombre a la descendencia romana de los gens Iulia.
Dice Virgilio que Dido se suicida al ver alejarse la flota troyana y brota un
odio inextinguible entre Roma y Cartago. Así encuentra la explicación y solución al conflicto
bélico en su poema el divino Virgilio.
A
partir de su fundación, Cartago cuyos habitantes fueron conocidos como púnicos,
se convirtió en la gran metrópoli fenicia de Occidente, lejos de los peligros
que amenazaban a la tierra madre, que conocería el dominio sucesivo de asirios,
neobabilonios y persas aqueménidas, hasta su liberación por Alejandro en el
siglo IV a.C.
La
expansión de Cartago llevó a enfrentamientos bélicos con las colonias griegas
de Magna Grecia y Sicilia en el siglo IV a.C., choques que continuaron en centurias
posteriores y durante los cuales los púnicos llegaron a alianzas con los
etruscos, que también tenían en los griegos a sus competidores. Cartago se
enfrentó a Roma por el control del Mediterráneo Occidental, y fue destruida por
los romanos en el 146 a.C.
Según
Heródoto, a finales del siglo VII a.C.
uno de sus viajes llevó a los marinos fenicios, por encargo del Faraón Necao, a
circundar África navegando de oriente a occidente durante tres años.
Mucho se ha discutido sobre si fueron o no
los fenicios quienes inventaron el alfabeto; en todo caso, su difusión
constituye una extraordinaria aportación fenicia a la civilización
mediterránea. En la ciudad siria de Ugarit se adoptó en el siglo XIV a.C. un
sistema alfabético con signos de tipo cuneiforme simplificado, que se prestaban
mejor a los trazos sobre tabillas de arcilla, soporte habitual de la lengua internacional
de la época, la babilónica. En el siglo XIII a.C. que bien pudiera ser el X
a.C., aparece en Canaán o Palestina un sistema alfabético que podría coincidir
cronológicamente con una famosa
inscripción del sarcófago de Ahiram, rey de Biblos, que muestra una fórmula
alfabética fenicia, asociando un valor fonético a un signo en concreto.
Si
atendemos a Heródoto y a Plinio el Viejo, y también a las hipótesis de buen
número de investigadores actuales, tendremos que considerar a los fenicios como los transmisores del alfabeto a los
griegos, cuyas letras reflejan la forma de las fenicias.
En
definitiva, si el Mediterráneo se convirtió, en un ámbito de civilización, ello
se lo debemos, en no poca medida, a ese pueblo semítico que hizo su casa de estas
aguas, mucho antes que los romanos les pudieran llamar Mare Nostrum, concluye
Rodá de Llanza.
Los
libaneses descendientes de los fenicios han emigrado a muchas regiones del
mundo y hasta a esos lugares han llevado su conocimiento milenario del comercio,
su laboriosidad, su cultura, su arte. La capacidad de generar riqueza, la
particular visión de la arquitectura, el sentido de la belleza incorporándolo a
los lugares en que se asientan. El trabajo de las maderas preciosas, que
incorporan en la construcción de viviendas y edificios, otorga un sello
distintivo a su paso y México no es la excepción.
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