miércoles, 16 de noviembre de 2016

LA RIQUEZA Y LA RELIGION





La cultura de las sociedades creada por las religiones ha sido determinante en la generación de capital de los países, al definir como un principio moral la acumulación de la riqueza y el valor del esfuerzo humano para obtenerla, se definió el futuro material y de dominio del capitalismo.

El calvinismo, según algunos historiadores y sociólogos como Max Weber, habría dado el primer impulso económico a la nueva burguesía formada fuera de Europa a partir del siglo XVII: una sociedad homogénea, honesta y eficiente, lectora de la Biblia, convencida de una estricta división del mundo entre los elegidos y los condenados, previamente por Dios, con una confianza absoluta en sus propias razones morales y convencida de la licitud y necesidad de un trabajo que, en cualquier caso, debía revelar la predilección divina si iba acompañado por el éxito material, el dinero abundante y el ascenso social correspondiente.

Se ha dicho con razón que el calvinismo puro y rígido de los exiliados ingleses del siglo XVII ha sido con mucho el génesis del espíritu activo y práctico de muchos norteamericanos posteriores. Ellos han representado en diferentes épocas algunas de las formas más genuinas del capitalismo mundial, con una moral sui géneris, tal vez demasiado estricta en algún momento (episodios como el de las brujas de Salem, la larga influencia de John Edgar Hoover en el FBI y, otros eventos conocidos por el enjuiciamiento a partir de una rígida y muy extendida moral colectiva).

El autor contemporáneo, Jean Delumeau, establece sobre este punto algunos comentarios: “Al negar el valor de la vida religiosa apartada del mundo, Lutero y Calvino subrayaron la obligación del trabajo cotidiano y la vocación profesional (…). La teología franciscana consideraba al mendigo como otro Cristo. Calvino lanzó anatemas contra los que se negaban a trabajar y calificó muy duramente cualquier forma de ociosidad (…). Probablemente la mentalidad moderna, caracterizada por la búsqueda de la ganancia y por el individualismo (…), estaba a punto de desarrollarse en todo el Occidente sin tener en cuenta las barreras confesionales. Hubiera acabado por imponerse sin Lutero y sin Calvino (…). Pero si se consideran las cosas con una perspectiva más amplia (…), es obligado concluir que el protestantismo, por sus posteriores ramificaciones –por ejemplo, el puritanismo--, ha ayudado sin el menor género de dudas al hombre moderno a salir de la Edad Media y de la mentalidad precapitalista. Ha sido fermento que ha acelerado la floración de un mundo radicalmente distinto.”

Para el doctor  Josep Tomás Cabot, la doctrina y la práctica calvinistas, incluso su influencia política, se extendieron y se mantuvieron en Escocia durante largo tiempo, gracias en este caso a la predicación de un discípulo directo de Calvino, John Knox, que logró destronar a la reina María Estuardo y apartar de la corte a los consejeros católicos durante el reinado del hijo de aquélla, Jacobo I. Cuando más adelante, este mismo soberano fue proclamado también rey de Inglaterra, mantuvo aquí la religión anglicana de su antecesora, Isabel I, y los calvinistas, llamados entonces puritanos, no encontraron ninguna facilidad ni el mínimo grado de tolerancia por parte de las nuevas autoridades civiles y religiosas.

Algunos emigraron entonces a los Países Bajos, donde, gracias sobre todo a la rebelión militar de Guillermo de Orange y al proselitismo ejercido por Guy de Brés, consiguieron imponerse en una parte del país (la futura Holanda) contra los católicos del sur (que habrían de constituir más tarde la nación belga), apoyados entonces por los reyes de la casa de Habsburgo y señores de aquellas tierras, el emperador Carlos V y su hijo Felipe II de España.

Otros puritanos y presbiterianos británicos, perseguidos por no aceptar el papel del  monarca inglés como cabeza de la Iglesia nacional de aquel país (signo distintivo de la reforma anglicana), decidieron embarcar hacia las costas atlánticas de América del Norte, descubiertas y colonizadas por los ingleses unos lustros antes, pero todavía no controladas ideológicamente ni dotadas de una religión oficial y obligatoria, como la de la metrópoli.

Los Pilgrim Fathers (padres peregrinos), los puritanos ingleses que se dirigieron en 1620 a  aquellas lejanas tierras a bordo del mítico velero Mayflower, se establecieron en la recién fundada colonia de Plymouth y un poco más tarde en Boston. En ellas constituyeron el germen de una poderosa y amplia comunidad cristiana, cuyas ramas cubren todavía buena parte de aquel litoral atlántico.

En contra de los llamados libertinos los reformistas recomendaban la práctica de un duro ascetismo y de una ruda labor profesional. Todo ello acompañado de un acercamiento personal, sin trabas ni prejuicios de ningún tipo, a los libros sagrados, sobre todo a la Biblia. Esta no traducida al latín ni comentada, estaba presidida más por el Dios distante y justiciero del Antiguo Testamento que por el más próximo, humano y condescendiente Jesús de los evangelios.


Un país como el nuestro con la carga cultural e histórica que nos heredó la España católica, con la enorme influencia de las órdenes mendicantes quienes en los hechos realizaron la colonización a través de la evangelización, carga en el subconsciente a través de la costumbre y la forma de vivir, la antípoda de la acumulación de riqueza del capitalismo. Las diferencias y aun conflictos que nos ha generado la concepción religiosa con los norteamericanos deben superarse a través de la comprensión. Si logramos entender las diferencias habremos de encontrar las coincidencias. Todo ello sin renunciar a una vida digna y a la acumulación de riqueza justa.

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