El mundo
de Guermantes es el tercer volumen de la serie En busca del tiempo perdido, en
cuyas páginas brillan en todo su esplendor la cultura y el talento del novelista
francés Marcel Proust. Su estilo se adapta perfectamente a la intención de la
obra, la prosa es morosa, prolija en detalles y de periodos largos,
laberínticos, como si no quisiera perder nada del instante. La obra junto a la
de autores como Joyce o Faulkner, es fundamental en la literatura
contemporánea.
Al
describir la vida parisina en su complejidad de relaciones y formas de
superficialidad, refleja un mundo heredado de las cortes monárquicas, y hace
una división de lo que se consideraba a finales del siglo diecinueve y
principios del veinte, las élites sociales, que derivan de la realeza histórica,
la monarquía y la burguesía.
Ilustra
su descripción con ejemplos como: “Aquella noche, viendo a Saint-Loup a la mesa
de su capitán, pude discernir fácilmente hasta en las maneras y en la elegancia
de cada uno de ellos la diferencia que había entre ambas aristocracias: la
antigua nobleza y la del imperio”
El
narrador habla así de un personaje de segundo nivel de la realeza: “Como había
supuesto yo antes de conocer a la señora de Villeparisis en Balbec, había una
gran diferencia entre el medio en que aquélla vivía y el de la señora de
Germantes. La señora de Villeparisis era una de esas mujeres que, habiendo
nacido en una casa gloriosa y entrado, por su matrimonio, en otra que no lo era
menos, no gozan sin embargo, de una gran situación mundana, y, fuera de algunas
duquesas que son sobrinas o cuñadas suyas, e incluso de una o dos testas
coronadas, antiguas relaciones de familia, sólo tienen en su salón un público
de tercer orden,…..”
La
casa de Guermantes es por antonomasia la casa de la realeza. El castillo no se
llamó así sino hasta el siglo dieciséis, en que lo adquirió la familia. En
tanto en París, dice el narrador que “…un viejo amigo de mi padre nos dijo un
día, hablando de la duquesa: “”…ocupa la posición más importante en el barrio
de Saint-Germain; su casa es la primera del barrio de Saint-Germain.””
El autor
recupera recuerdos de su juventud a través de los cuales nos informa como veía a
los Guermantes: “Pero de igual modo que
el viajero, defraudado por la primera impresión de una ciudad, se dice que
acaso penetre en el espíritu de la misma visitando sus museos, trabando
conocimiento con el pueblo, trabajando en las bibliotecas, me decía yo que si
hubiera sido recibido en casa de la señora de Guermantes, si fuese uno de sus
amigos, si penetrase en su existencia, conocería lo que su nombre encerraba
realmente, objetivamente, bajo su envoltura anaranjada y brillante, para los
demás, ya que, en fin, el amigo de mi padre había dicho que el círculo de los
Guermantes era algo aparte en el barrio de Saint-Germain.”
Y de
la señora: “….la duquesa, nieta de mujeres que habían estado relacionadas con Thiers, Merimée y
Augier, pensaba que, ante todo, debe uno reservar en su salón un lugar a la
gente de talento, por otra parte le había quedado de la manera, a la vez
condescendiente e íntima, con que esos hombres célebres eran recibidos en
Germantes, el hábito de considerar a las gentes dotadas de ingenio como
relaciones familiares, cuyo talento no le deslumbra a uno, a quienes no se les
habla de sus obras, cosa que, por lo demás no les interesaría.”
El
caso Dreyfus, tiene tanta importancia por el antisemitismo que aparece en Francia
antes de la Primera Guerra. Así en los altos círculos sociales, entre ellos el burgués
y del que es un ejemplo acabado el círculo de los Verdurin, manifiesta el autor,
es de verdadera exasperación.
Y de
la cantante de ópera del momento nos expresa maravillado: “¿No es ya un primer
elemento de complejidad ordenada, es decir, de belleza, cuando al oír una rima,
es decir, algo que es a la vez semejante y distinto respecto de la rima
precedente, que es producido por ésta, pero que introduce en ella la variación
de una idea nueva, se sienten dos sistemas que se superponen: uno de
pensamiento, otro de métrica? Pero la Berma, sin embargo, hacia entrar las
palabras, hasta los versos, inclusive las ““tiradas””, en conjuntos más bastos,
en cuya frontera era un hechizo verlos obligados a detenerse, a interrumpirse;
así un poeta se deleita en hacer vacilar por un instante, en la rima, la
palabra que va a lanzarse, y un músico en confundir las palabras diversas del
libreto en un mismo ritmo que las contraría y las arrastra. Tanto en las frases
del dramaturgo moderno como en los versos de Racine, la Berma sabía introducir
esas vastas imágenes de dolor, de nobleza, de pasión, que eran obras maestras suyas,
y en las que se la reconocía como en retratos que ha pintado con modelos
diferentes se reconoce a un pintor.”
Retrata
y estereotipa en los personajes a diferentes tipos en su descripción, por
ejemplo el embajador Norpois es una reminiscencia de los personajes que
desarrollan habilidades extraordinarias en el mundo de las relaciones de poder,
en muchos de los casos influyen en las grandes decisiones, sin desgastarse, haciendo
uso de habilidades del lenguaje y la manipulación de las fuerzas a su alcance,
haciendo gala extraordinaria de su conocimiento y utilizando a los propios
actores del mundo en que se desenvuelven. Así no dejamos de recordar al gran
personaje del imperio, Talleyrand, quien con su genio y habilidades cortesanas
conduce a Francia en un periodo de amenazas e inestabilidad, manipulando en
muchos de los casos al mismo Napoleón.
Los
personajes del pueblo son también protagonistas a través de los que retrata su visión
y forma de pensar. Uno de ellos, el principal, es la sirviente de la casa, Francisca,
quien se expresa con la rudeza propia de su origen campesino y su lenguaje es
reflejo de la aldeana, incorporada al servicio de las refinadas clases sociales.
Es
Proust un escritor de enormes y cambiantes recursos que nos deslumbra en su
erudición, elemento común en los autores de la época. En tanto Thomas Mann se esmera
en darnos a conocer temas de medicina o vinos, Proust nos habla de la guerra o
del arte, en medio de elaboradas descripciones de la vida superficial de la
sociedad francesa y sus elitistas círculos.
Expresa
Proust de su abuela veneración: “…Y como esa voz se me aparecía en
sus proporciones desde el instante en que era un todo, y me llegaba de esta
suerte sola, sin el acompañamiento de los rasgos del rostro, descubrí hasta qué
punto era dulce; acaso por lo demás, no lo había sido nunca en tal grado, porque
mi abuela, al sentirme lejos y desgraciado, creía poder abandonarse a la
efusión de una ternura que, por principios de educación, contenía y celaba de
ordinario. ….”
Y al
describir su muerte, dice de ella: “La vida, al retirarse, acababa de arrastrar
consigo las desilusiones del vivir. Una sonrisa parecía posada en los labios de
mi abuela. En aquel lecho fúnebre, la muerte, como el escultor de la Edad
Media, la había tendido bajo la apariencia de una doncellita.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario