Para
los estudiosos del mundo español, Ortega es el fundador de la filosofía
española contemporánea. Fue un maestro excepcional, su palabra era tan profunda
y sugerente como su prosa insuperable. De su afirmación “Yo soy yo y mi
circunstancia”, es decir, el hombre está en la Historia, la vida es la realidad
radical, el hombre está forzado a su libertad, arranca un sistema filosófico
que culmina en la teoría de la razón vital.
El objetivo de la
Filosofía es encontrar el Ser Fundamental del mundo, éste es radicalmente
distinto a cualquier ser contingente o intramundano; y también es diferente a “lo
dado” (expresión con la que Ortega se refería a los contenidos de nuestra
conciencia). Todo contenido de conciencia es, por definición, fragmentario, y
no sirve para ofrecer el sentido del mundo y de la existencia. La Filosofía es
el saber que se encarga de aproximarnos a esta cuestión, “filosofía” en Ortega
se encuentra unida a la palabra “circunstancia”, y si no la salvo a ella no me
salvo yo, (Meditaciones del Quijote, 1914).
A partir de “El tema” de
nuestro tiempo desarrolla el
“raciovitalismo”, teoría que funda el conocimiento en la vida humana como realidad radical, uno de cuyos
componentes esenciales es la propia razón. Para Ortega, la vida humana es la
realidad radical, es decir, aquella en la que aparece y surge toda otra
realidad, incluyendo cualquier sistema filosófico, real o posible.
Denomina “razón vital” un nuevo tipo de razón —en rigor, el más
antiguo y primario—, la razón vital es
una razón que se va realizando constantemente en la vida a la cual es
inherente. Llama a su vez “raciovitalismo”
al modo de pensar que se apoya en su nuevo concepto de razón.
Nació
Ortega y Gasset en Madrid en 1883, donde murió en 1955. Estudió el bachillerato
con los jesuitas de Miraflores del Palo en Málaga. Se licenció en Filosofía y
Letras por la Universidad de Madrid, doctorándose en 1904. Amplió sus estudios
en las universidades de Leipzig, Berlín y Marburgo. A los veintisiete años ganó
la cátedra de Metafísica de la Universidad Central de Madrid.
En
1923 fundó Revista de Occidente, publicación del mayor rango intelectual que
haya tenido España. De 1936 a 1945 anduvo por Francia, Holanda, Argentina y
Portugal. En 1946 dio vida en Madrid a un Instituto de Humanidades. Creó un
preciso instrumento filosófico que permite pensar a la altura del tiempo. Su
brillante estilo literario ofusca a quienes no ven rigor y sistema bajo el
verbo maravilloso, sólo como escritor ocuparía el meditador de El Escorial un
lugar privilegiado en la historia literaria del mundo (dicen de él los
estudiosos de su obra). Es lugar común afirmar que nadie, dentro o fuera de
España elevó a mayor altura el ensayo.
“La
Rebelión de las Masas”, es la obra española mental de mayor influjo y
universalidad del siglo XX. Del hombre masa dice Ortega: “En los motines que la
escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que emplean
suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir como símbolo del
comportamiento que, en más vastas y sutiles proporciones, usan las masas
actuales frente a la civilización que las nutre.”
Y
sobre la violencia de las masas afirma: “En casi todos una masa homogénea pesa
sobre el poder público y aplasta, aniquila todo grupo opositor. La masa
--¿quién
lo diría al ver su aspecto compacto y multitudinario?— no desea la convivencia
con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella.”
Acerca
de otro tema fundamental dice: “El especialismo, pues, que ha hecho posible el
progreso de la ciencia experimental durante un siglo, se aproxima a una etapa
en que no podrá avanzar por sí mismo si no se encarga una generación mejor de
construirle un nuevo asador más poderoso.”
Y de
los peligros que entraña el Estado: “Cuando, hacia 1800, la nueva industria
comienza a crear un tipo de hombre –el obrero industrial— más criminoso que los
tradicionales, Francia se apresura a crear una numerosa Policía. Hacia 1810
surge en Inglaterra, por las mismas causas, un aumento de la criminalidad, y
entonces caen los ingleses en la cuenta de que ellos no tienen Policía. Gobiernan
los conservadores. ¿Qué harán? ¿Crearán una Policía? Nada de eso. Se prefiere
aguantar, hasta donde se pueda, el crimen. “”La gente se resigna a hacer su
lugar al desorden, considerándolo como rescate de la libertad.”” “”En Paris
–escribe John William Ward— tienen una Policía admirable; pero pagan caras sus
ventajas. Prefiero ver que cada tres o cuatro años se degüella a media docena
de hombres en Ratcliffe Road, que estar sometido a visitas domiciliarias, al
espionaje y a todas las maquinaciones de Fouché. Son dos ideas distintas del
Estado.”
Su
obra “¿Qué es filosofía?” es la pregunta cardinal en la que a más de una
contestación hay un titubeo con respecto a la validez y fronteras, a la
estructura básica de un quehacer milenario de pronto vuelto problemático como
casi todo lo que repensamos radicalmente. La obra nació en 1929 en la
Universidad de Madrid, curso interrumpido por razones de temporal político, y
se prolongó en un teatro.
En
la lección primera de “¿Qué es filosofía?”, señala: “En materia de arte, de
amor o de ideas creo poco eficaces anuncios y programas. Por lo que hace a las
ideas, la razón de tal incredulidad es la siguiente: la meditación sobre un
tema cualquiera, cuando es ella positiva y auténtica, aleja inevitablemente al
meditador de la meditación recibida o ambiente, de lo que con más graves
razones que cuando ahora supongan ustedes, merece llamarse “”opinión pública””
o ““vulgaridad””. Todo esfuerzo intelectual que lo sea en rigor nos aleja
solitarios de la costa común, y por rutas recónditas que precisamente descubre
nuestro esfuerzo nos conduce a lugares repuestos, nos sitúa sobre pensamientos
insólitos. Son estos el resultado de nuestra meditación.”
Del
subjetivismo establece que: “El descubrimiento decisivo de la conciencia, de la
subjetividad, del “”yo”” no acaba de lograrse hasta Descartes. …..entre las cosas que existen o pretenden
existir en el Universo hay una cuyo modo de ser se diferencia radicalmente del
resto: el pensamiento. …..cuando digo
que un pensamiento mío existe, no entiendo su existencia un “”estar ahí”” –sino
al revés: mi pensamiento existe cuando y porque me doy cuenta de él, es decir,
cuando lo pienso; su existir es ser para mí un pensamiento—es ser para sí
mismo. ….Si por cosa entendemos algo, al
cabo, más o menos estático, el ser del pensamiento consiste en pura actuación,
en pura agilidad, en autógeno movimiento.”
Y su
reflexión humanista es: “…que todo lo humano, lo mismo las personas, que sus
acciones y sus ideas y sus pasiones, y sus obras y construcciones, tiene
siempre una edad, esto es, que a poco que sepamos mirar, será siempre posible,
en principio, decir algo humano presente a nosotros si está en su niñez, en su
juventud, en su madurez o en su caducidad y senescencia.”
Dice
Ortega y Gasset con profundo contenido poético: “Nos entendemos más por lo que
damos por supuesto y callamos, esto es, por lo consabido, que por lo que
efectivamente decimos. De donde resulta esta extraña pero inevitable paradoja:
que el hablar, el auténtico hablar se compone principalmente de silencios.”
“Meditación
del Pueblo Joven” recoge gran parte del pensamiento orteguiano sobre América.
El ensayo central aborda el tema del “pueblo joven de origen colonial”, el
hecho y la vida coloniales, asuntos de superior valor para los hispanos, es
decir, para un tipo de estructura social y anímica bien definida.
Al
pueblo joven lo describe: “Porque un pueblo joven es eso: un pueblo en el cual
todavía las pasiones de los hombres funcionan a toda máquina con plenos y
recién hechos resortes.”
En
otro párrafo explica: “La prehistoria es el paraíso, es la vida de la campiña,
y del hombre en él como un detalle. La prehistoria es, más que historia,
paisaje. La vida colonial tiene, por eso, un delicioso carácter bucólico –es el
campo, el campo abundante en derredor de unos pocos hombres--. Pero ahora va a
empezar la historia de América en todo el rigor de la palabra: esa primera
juventud que es la adolescencia, termina, la cuesta se inicia.” Así pensaba de
nosotros Ortega y Gasset y a él se acerca Octavio Paz sobre todo en su ensayo
“El Laberinto de la Soledad”.
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