domingo, 12 de septiembre de 2010

SINDROME DESTRUCTIVO






Uno de los daños más severos que han sufrido las sociedades con rica herencia arquitectónica y cultural, ha sido por parte de los gobiernos y sus élites, que abrazan un supuesto modernismo y destruyen las inermes obras. La depredación de los bárbaros disfrazados de urbanistas, arquitectos, ingenieros, contratistas y clérigos, es una enfermedad endémica que contamina las comunidades, que sin alternativa se ven obligadas a soportar modas y caprichos impuestos desde el poder.



A partir de la década de los cincuenta y del gobierno de Miguel Alemán, a la tendencia de desarrollo económico con un alto grado de corrupción se le llamó peyorativamente contratismo, asimismo se le conoció como desarrollismo. Ese fenómeno, en la misma época y con la misma tendencia política se trasladó a Jalisco, como un mal llamado desarrollo urbano y consistió en la destrucción de la obra arquitectónica colonial y de la época libre de Guadalajara, para construir un supuesto nuevo concepto de ciudad.



El modelo fue copiado de ciudades norteamericanas como Los Angeles California, en el momento en que se consideraba que el automóvil individual otorgaba a la familia y la persona un estatus superior. A partir de ahí todo giró en torno del vehículo particular de transporte, afectando entre otras cosas el tamaño, amplitud y características de las calles y avenidas, de tal manera que todo lo que había sido construido con anterioridad debía ser reemplazado. Así fueron desplazados los sistemas de transporte tradicionales en la ciudad como los tranvías, para crear amplias avenidas aun cuando el costo fuera destruir valiosa obra arquitectónica.



Los personajes centrales de esa moda fueron el gobernador Jesús González Gallo, el Arzobispo de Guadalajara José Garibi Rivera que influyó en la creación del actual concepto del Centro de Guadalajara en torno a la Catedral. El diseño fue del arquitecto Ignacio Díaz Morales y la construcción de Jorge Matute Remus. Sus críticos, entre otros Efraín González Luna, vieron en las obras cesáreas, enormes y jugosos negocios antes que la búsqueda de la mejora de vida de los tapatíos.



El arquitecto Díaz Morales diseñó al gusto del Arzobispo Garibi una cruz de plazas en las que quedaba al centro la Catedral. En el proceso se destruyó sin contemplaciones la Iglesia de la Soledad cuyo delito había sido que durante la Reforma pasó a poder del Estado y posteriormente entregada a una Iglesia Protestante. Se demolieron además, entre otros edificios con valor histórico El Palacio de Cañedo, la Cerería de Calderón y la Casa de Ancira. Los críticos afirman que fue brutal la transformación en relación al medio ambiente y la identidad urbana.



Las obras continuaron por otras avenidas como Alcalde y Juárez, ampliadas para facilitar el paso del automóvil, ahora éramos una ciudad moderna. Apuntábamos hacía las ciudades norteamericanas, mismas que ahora desarrollan planes para impulsar el transporte público y convertir en más humanos sus espacios y permitir la convivencia de las personas.



Si cabe el consuelo podemos decir que no fuimos los únicos, aunque si pudimos ser el referente, en la década de los sesenta Torres Landa Gobernador de Guanajuato destrozó el centro histórico de la ciudad de León, cometiendo las mismas barbaridades que los jaliscienses, para abrir grandes avenidas al progreso y al futuro, destruyó obra valiosa que le otorgaba identidad histórica y hermosa estética a dicha ciudad.



En la ciudad de Guadalajara la siguiente época de destrucción se presentó con Flavio Romero de Velazco, quien se empeñó en mejorar la condición del Centro Histórico de Guadalajara, lo que equivalía a destruir lo que quedaba del Patrimonio Histórico. Tales fueron los esfuerzos que acabaron entre otras obras con la sevillana Plaza de Toros El Progreso y a la que Arturo Chávez Hayhoe ubica en la manzana fronteriza del Colegio de las Damas del Sagrado Corazón, en la segunda mitad del siglo XIX. Acabaron también con la típica calle de Angela Peralta que se ubicaba a espaldas del Teatro Degollado y construyeron obra escultórica para halagar la vanidad del superficial presidente en turno, que era un supuesto adorador del mito de Quetzálcoatl. El resultado fue un grupo de edificios sin armonía estética y que a la fecha son ocupados por oficinas públicas en homenaje a la vida burocrática.



Pero no debe pensarse que aun el concepto errado se hizo de forma eficiente, a estas alturas el desarrollo urbano de la Zona Metropolitana sigue siendo anárquico en su vialidad sin haber logrado beneficiar ya no digamos a las personas, ni tan siquiera al destinatario original, el automóvil. La improvisación y la torpeza con que se han conducido los gobiernos del Estado y Municipios ha llevado a la zona metropolitana a verdaderos absurdos como el de no disponer de vías alternas de norte a sur.



En los momentos en que la sociedad está inmersa en la discusión entre que debe predominar, si el transporte público o el privado y como debe armonizar el transporte con la forma de vida de los ciudadanos, para que éste sirva a la persona y no a la inversa, es propicio revisar los criterios que han prevalecido y definir que necesitamos. No es mala idea revisar la historia reciente con los errores y abusos cometidos y buscar recuperar lo que hemos perdido para construir un desarrollo urbano más armonioso, en bien de las personas.



Debemos superar los traumas por los que hemos pasado para reconstruir una ciudad más humana y amigable, con un transporte público eficiente y cómodo, con avenidas transitables y espacios verdes. Un lugar en el que las personas puedan vivir en armonía con los recursos naturales y entre ellas mismas.

1 comentario:

  1. de acuerdo en construir una ciudad con rostro más humano, dejando d elado la superficialidad materia.
    Un abrazo

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