domingo, 28 de agosto de 2016

EL DESAFIO DE GUADALAJARA




Guadalajara se convirtió en un desafío para las administraciones municipales de los últimos periodos. Sobre todo a partir de la alternancia de1995 en que Acción Nacional obtuvo la administración. Hasta ese periodo con una visión provinciana y tradicional, el objetivo había sido mantener los servicios y la identidad criolla, con toda la carga cultural, anímica y psicológica que  contenía.

Si bien cada administración le imprimió su sello personal el objetivo central no se perdía, con mayor éxito unas que otras. Y a pesar de todo se mantuvo la personalidad de quien la dirigía, el sello con su forma de impartir los servicios y de la atención de quienes acudían a realizar trámites a sus ventanillas y oficinas.

Se manifestaba el trato personal en quienes laboraban en la administración como en la forma de atender los servicios, en tanto que los barrios mantenían su personalidad propia y definida, acaso sin saberlo impresa desde la creación de la ciudad a partir de los asentamientos indígenas.

Hasta el final de la década de los ochenta se mantenían como valores prioritarios los de la cultura de la ciudad, considerando sus personajes icónicos y sus edificios históricos, así como la conservación de la vida comunitaria. Predominaba el espíritu de la ciudad en las manifestaciones que promovía la administración y permanecían así en el subconsciente colectivo las tradiciones de la cultura tapatía, interpretadas como valores de sus habitantes. Se generaba de esa manera a través de la identidad la cohesión social.

Fueron características predominantes además el cuidado de la flora, Se conserva aun en la memoria de la ciudad el aroma de los naranjos de granjas y conventos y el cultivo y adorno de camellones con plantas de rosal, en las décadas de los cincuenta y sesenta, de manera destacada en la Calzada Independencia.

La vocación más evidente de la ciudad ha sido mantener y acrecentar su masa arbórea, lo que se aprecia en las zonas más antiguas. La última reforestación sistemática, incluso con plantas que no siempre eran adecuadas para zonas urbanas fue en la segunda mitad de los ochenta, programa que abarcó por simpatía toda la zona metropolitana, incluyendo el entonces lejano municipio de Tlajomulco.

En lo referente a los estudios de la ciudad no hay especializados sobre sus comportamientos sociales y antropológicos, ni tan siquiera históricos, en realidad son recopilaciones de información de hechos. Lo que los editores sobre todo oficiales, han reproducido. Predominan así las publicaciones de descripción sin método.

La administración de la ciudad se enriqueció en las décadas de los cuarenta y los cincuenta, con la participación de personajes como Efraín González Luna que estructuró la creación del Consejo de Colaboración Municipal. Mediante un novedoso sistema de consulta y aportación de los vecinos, se realizaban obras en la ciudad, dicho Consejo era administrado por el sector privado. Otra figura creada por sugerencia de González Luna fue la Vicepresidencia Municipal, que por acuerdos políticos pertenecía al mismo sector, con lo que se generó un interesante esquema de participación social en la administración de los asuntos municipales.

El despoblamiento de la ciudad se manifiesta en la década de los ochenta en que las nuevas generaciones emigran a los municipios vecinos, atraídas por la oferta de vivienda. Es en la década del dos mil en que se genera la mayor migración con el crecimiento exagerado de los negocios inmobiliarios, a partir de políticas financieras del gobierno federal que los patrocinaron, a costa del abandonó de las culturas comunitarias en que se desenvolvían las ciudades tradicionales, entre otros efectos perniciosos.

Coincide también el abandono de la ciudad con administraciones municipales sin criterios ni conocimiento de los fenómenos sociales, del desarrollo urbano y las administraciones públicas. Son personajes formados bajo una cultura de administración patriarcal arcaica y patrimonialista, que impulsaron un desarrollo utilitario que sacrificó valores sociales y comunitarios, originados desde la creación de la ciudad y que evolucionaron con ella.

El concepto de desarrollo urbano que se vivió en el mundo a partir de la década de los setenta llevó a la deshumanización de las ciudades, con el consecuente abandono de las zonas tradicionales y la pérdida de su personalidad. El resultado fue asentamientos despoblados, en nuestro caso alimentado por gobiernos torpes e insensibles, sin conocimiento de los valores históricos y de la convivencia. Las administraciones se caracterizan a partir de entonces por la ocurrencia y la improvisación, con desconocimiento absoluto de las leyes sociales.

Con el paso del tiempo, el fenómeno se agudiza con el estancamiento de servicios como el transporte público y el aumento de la delincuencia. Todo ello ante una autoridad perpleja que no entiende una época de mayor complejidad y dinamismo.

Lo que las administraciones no han logrado visualizar, es que para recuperar la ruta perdida debe romperse el círculo vicioso de ciudad despoblada y sin inversión, que genera raquíticos recursos financieros a la administración municipal y por consecuencia deficientes servicios, que a su vez alejan a quienes desearían vivir e invertir en la ciudad. De hacerla atractiva habría recursos suficientes para solventar los servicios públicos y la atención a sus habitantes.

Resolver la problemática de Guadalajara, implica rescatar su identidad, regresar al concepto original con la participación de la sociedad y todos los sectores, de manera especial los de la cultura y la inversión privada. Se debe atender bajo un proyecto integral como se ha hecho en otras entidades, incluyendo las que nos generaron la distorsión de una falsa modernidad como sinónimo de valor cultural, como las ciudades de los Estados Unidos de Norteamérica, que han convertido a sus centros históricos, en el eje del desarrollo urbano y social. El rescate de la ciudad pasa necesariamente por el Centro Histórico que es el lugar primario de tiempo y desarrollo, así como el referente de la identidad y los valores de ella. El segundo nivel son sus barrios que llevan los intangibles de la historia tapatía.

Es requisito indispensable para la recuperación de Guadalajara administraciones profesionales, alejadas de ambiciones electorales de corto plazo que operan en la improvisación y la manipulación informativa, ante la falta de eficiencia en los servicios y la atención a los habitantes de la ciudad.